martes, 20 de diciembre de 2011

El equipo de todos

Barcelona terminó de construir el techo del fútbol. Tal vez en años venideros algún otro equipo logre elevarlo; hoy parece improbable. El conjunto catalán se presenta como el resultado final, el producto mejor acabado, de un proceso de un siglo y medio de rodar de la pelota. Tiempos de inmediatez comunicacional, no se tratará de un conjunto mitológico: hay registro de cada uno de sus conciertos. El pasado agiganta, la contemporaneidad invita a no establecer juicios definitivos. Pero el Barça hace a un lado ese prurito. Asistimos a las funciones del mejor equipo de todos los tiempos.

Pero este conjunto imaginado y concretado por Joshep Guardiola no es una isla sino el epicentro de un vastísimo continente. Se fijó en todas las escuelas e ideologías futbolísticas para tamizar ese bagaje y nutrirse sólo de lo mejor de cada una. Entonces el resultado es toque al ras de piso, acumulación de pases, rotación de posiciones, vistosos recursos técnicos y máxima jerarquía individual. Y es, al mismo tiempo, presión constante sobre el rival, orden en cada faceta, férrea marca y solidísima conciencia colectiva.

¿Es sencillo el fútbol? No, es extremadamente complejo, por eso el Barcelona es excepcional. Algunos ganan y otros pocos quedan en la historia por algo más que la gloria de un título. El elenco blaugrana redobló la apuesta con una catarata de títulos y un juego sin igual.

Ha logrado reducir a su mínima expresión a los modestos de la liga española y a los más poderosos de Europa. También humilló al Santos campeón de América. Ante el elenco brasileño, en la final del Mundial de Clubes, en Japón, fue súmmum. Lo hecho especialmente en el primer tercio del encuentro empequeñece, banaliza, cualquier adjetivación.

Ahí está, para disfrute de todos, el Barcelona de Guardiola, en el que como nadie brilla Lionel Messi, el mejor del mundo; el de los sabios Xavi y Andrés Iniesta, el del equilibrista Busquets, el de las proyecciones de Dani Alves, el del aplomo de Piqué y el liderazgo de Carles Puyol. El mejor equipo de la historia.
(Foto: La-razon.com)

Patricio Insua
patinsua@gmail.com

martes, 29 de noviembre de 2011

La revancha de Falcioni

Hay que voltear apenas la vista, al semestre pasado, para apreciar con qué vértigo y contundencia cambiaron las cosas. O, mejor dicho, las hizo cambiar. Julio César Falcioni desembarcó en Boca a comienzos de este año y el Clausura 2011 fue un difícil trance para el entrenador que llegaba de ser campeón con Banfield. Convocado a la institución de la Ribera por lo conseguido en el sur, no logró que su equipo se emparentase ni lejanamente con aquel colectivo granítico, compacto, inteligente, veloz y punzante. Hubo, en cambio, un elenco endeble, desconectado, con fisuras defensivas y carencias de ataque.

Así fue como inició cuestionado este torneo en el que será campeón con holgura. Luego del empate sin goles con Olimpo en el debut crecieron los rumores sobre el prematuro final del ciclo si el estreno en Brandsen 805, ante Unión, no era con victoria. El contundente 4-0 ante los santafesinos archivó la cuestión, pero el DT expuso la herida cuando tras el encuentro monologó apenas 30 segundos con la prensa antes de dar media vuelta para meterse nuevamente en el vestuario.

Todo lo que no había podido plasmar en el Clausura lo consiguió con claridad en el Apertura. Las contrataciones de Agustín Orión y Rolando Schiavi cimentaron una defensa que se revitalizó para hacerse muy difícil de vulnerar. En 16 fechas apenas recibió cuatro goles; dos de tiro libre (Gabriel Méndez, de San Lorenzo, y Nicolás Castro, de Atlético de Rafaela), uno en contra (Juan Insaurralde, ante Lanús) y otro con un furioso disparo desde afuera del área de Ariel Rojas en la pasada victoria ante Godoy Cruz.

En la mitad de la cancha, Leandro Somoza volvió a ser el de Vélez, con rigor en la marca, atención en los relevos y buena administración de pelota. Sobre la izquierda, Walter Erviti se rehízo a un posición que no ocupaba desde hacía muchos años y se transformó en una pieza muy importante, tanto como Diego Rivero del otro costado, aunque limitado en sus presencias por distintas lesiones.

Pero Falcioni logró un funcionamiento grupal más allá de los nombres, incluso más allá del de Juan Román Riquelme, con todas las implicancias que tiene para el mundo auriazul. Si el equipo tuvo un salto de calidad cada vez que el ídolo jugó, cuando los problemas físicos lo marginaron la estructura no se resintió y Cristian Chávez demostró su jerarquía. Lo mismo ocurrió en el centro del ataque, donde el equipo no perdió gol pese a las alternancias de Lucas Viatri, Nicolás Blandi y Darío Cvitanich.

Reponerse a la adversidad, algo que siempre tiene un enorme valor, ha sido uno de los mayores méritos del técnico. Cambió un equipo endeble por uno que juega bien; porque se defiende bien y ataca bien. Además, lleva 26 partidos invicto, lo que establece la quinta mejor racha en la historia del profesionalismo. Alcanzará su segundo título como técnico y se habrá quedado con dos de los últimos cinco campeonatos con dos equipos distintos. No es poco. Es la revancha de Julio César Falcioni, un gran entrenador.
(Foto: Telam.com.ar)


Patricio Insua
patinsua@gmail.com

martes, 22 de noviembre de 2011

Teófilo Gutiérrez le puso fin a su ciclo en Racing y expuso a Simeone

En la previa del partido ante Boca, Diego Simeone tuvo que debatirse entre lo que correspondía y lo que convenía y entre el disgusto del plantel y el de los hinchas. La encrucijada la forzó Teófilo Gutiérrez al retrasar su regreso desde Colombia, donde había estado con su selección. Excluirlo debilitaba al equipo pero mantenía las reglas de trabajo y convivencia; colocarlo entre los once fortalecía la formación inicial y resquebrajaba el aspecto grupal. Al medir costos y beneficios, el excapitán del seleccionado nacional optó por mantenerlo como titular.

El delantero barranquillero se había sumado a los entrenamientos un día antes choque ante los de Julio Falcioni; fue expulsado en la Bombonera y luego arremetió contra sus compañeros y el entrenador. Así, en un par de días le puso punto final a su estada en la institución de Avellaneda.

Nombrándolo por el apellido, con la clara intención de marcar distancia, Sebastián Saja apuntó contra el colombiano al postular que el partido contra Boca debía prepararse con varios días de antelación y en lugar de mentalizarse en ese compromiso recién al momento de salir a la cancha. Tras las declaraciones del arquero llegaron las de colombiano, quien marcó su preferencia por el anterior entrenador de Racing, Miguel Ángel Russo, y se quejó de que sus compañeros hayan hablado con la prensa en lugar de encararlo personalemente. Auqnue hizo lo mismo, ya que su descargo fue ante los medios. La respuesta del otro lado la dio Luchas Licht, quien lo tildó de “poco hombre”. Como síntesis, en una remake de la recordada frase de Diego Latorre cuando se refirió al Boca del Bambino Veira como un cabaret, Gabriel Hauche emparentó la interna de la Academia con “un teatro de revistas”.

El conflicto dañará a Racing, al propio jugador y, sobre todo, a Simeone, que quedó expuesto por su determinación. Postulado como un conductor de grupo que no admite faltas de conducta ni negocia la dedicación, la excepción lo debilitó frente al resto del plantel. Por convicción o conveniencia, decidió apostar por el goleador y la respuesta de este fue una bofetada; primero, con una expulsión por demás evitable y, luego, cuestionándolo ante los medios.

Nacido y criado en el marginal barrio La Chinita, con la muerte como vecina y la violencia en cada esquina, forjó un carácter con más heridas que callos. Su verba desafiante y altanera mostró a un personaje ideal para los medios y él pareció enamorarse esa condición de guapo desafiante.

Teófilo Gutiérrez decidió cerrar su ciclo en la Racing de la peor manera, enfrentado con sus compañeros y el entrenador, quien quedó muy observado por el plantel. Tan sólo un semestre le bastó al colombiano para mostrar condiciones de jugador de excepción, de goleador pura sangre; y también para que se lo rotule como un profesional endeble a partir de reiterarse en conductas inapropiadas.
(Foto: Telam.com.ar)

Patricio Insua
patinsua@gmail.com

martes, 15 de noviembre de 2011

Un oasis

El triunfo de la selección ante Colombia dejó como dato más saliente un elemento que parecía perdido: la reacción ante la adversidad. Luego de irse al descanso en desventaja en la sofocante Barranquilla, el conjunto dirigido por Alejandro Sabella tuvo coraje, enjundia y destacados recursos futbolísticos para ir a buscar el partido. Así se quedó con el triunfo por 2 a 1, con goles de Lionel Messi y Sergio Agüero. Argentina consiguió un triunfo que lo puede marcar.

El cambio de actitud se observó con mayor claridad en algunos nombres propios; el caso más destacado fue el de José Sosa. El ex Estudiantes había tenido malos primeros 45 minutos y en el complemento se destacó a partir de la claridad en su juego y un enorme esfuerzo físico. También el capitán argentino tuvo una muy valorable segunda mitad. Si en los últimos minutos ante Bolivia -en el desolador previo empate en el Monumental- se lo había extrañado, ante Colombia fue determinante para el triunfo.

La victoria no mostró a un buen equipo, sino a uno con falencias; aunque esbozó señales para esperanzarse. La segunda manga de eliminatorias, tomada como una unidad, expone que lo hecho ante bolivianos y cafeteros dejó más dudas que certezas. La Selección necesita comenzar a recorrer un camino de mayor claridad conceptual y con un compromiso sin concesiones, en el camino que mostró ayer en el segundo tiempo.

Tantas frustraciones, carencias y errores prolongados en el tiempo refieren a un problema estructural, cuya complejidad implica diversas aristas. La solución, por tanto, no lo es menos y requiere perseguirla sin sosiego en lugar de esperarla.

Los nombres propios deben ir detrás de un principio colectivo. No hay futbolista que vestido de celeste y blanco siquiera se acerque a los rendimientos que muestran en sus clubes, donde se destacan sin cuestionamientos. Tal vez por eso en cada uno de los eventuales apuntados descansan exposiciones con argumentos valederos. Ni Messi, el mejor jugador del planeta, logra destrabar el cerrojo cada vez más atascado por el óxido del paso del tiempo. La mochila es pesada y la presión asfixiante para jugadores y técnicos. Se trata de un círculo pernicioso que crece retroalimentándose.

En el problemático universo de la selección, la órbita a la que ahora se le presta más atención es a la que describe el planeta comandado por Sabella. El DT realizó cambios (algunos obligados, es cierto) de nombres y esquema de cada partido de eliminatorias al siguiente. Si la versatilidad es una virtud, su costo es la imposibilidad de definir un estilo. Esos movimientos constantes implican muchas horas de trabajo. El propio entrenador se refirió antes del encuentro ante los colombianos a la falta de tiempo; sin embargo, le dio demasiada libertad de acción al plantel. Cada estada del seleccionado en el país debe necesariamente implicar más horas en el predio de Ezeiza y menos de dispersión.

El segundo tiempo ante Colombia fue un oasis. El desafío es hacerlo permanente. El proceso seguramente sea más lento de lo deseado, pero debe ser continuo y traccionado por esa especial dedicación que solamente promueve la pasión.
(Foto: Telam.com.ar)

Patricio Insuapatinsua@gmail.com

martes, 8 de noviembre de 2011

La queja inválida

“Nos regalaron un tiempo, no tuvieron la pelota y en el segundo tiempo no llegaron al arco. No quiero ganar un partido como lo hacen ellos, prefiero seguir intentando jugar al fútbol”. Con esas palabras, Ricardo La Volpe eligió el peor camino posible a recorrer al momento de referirse a la derrota de Banfield ante Lanús. Nada menos que tras un clásico, lo dicho tenía más de llanto que de análisis.

Visceral, el exentrenador del seleccionado mexicano vive y respira fútbol, pero recurrentemente desprestigia lo que le es ajeno. Todo técnico, como hombre de fútbol, está en su derecho de expresar su visión y valoración de un conjunto. La crítica nunca es censurable. Muy distinto es descalificar al adversario eventual con la pretensión de justificar la propia impericia.

El fútbol es un deporte en el que un equipo puede dominar el trámite de las acciones, jugar mejor que su oponente y de todos modos caer derrotado. Nada de eso sucedió en el choque disputado en el estadio Florencio Sola por la 14º fecha del Apertura 2011.

Cuando La Volpe asegura que Lanús le regaló 45 minutos y que en el complemento ni se aproximó con peligro no hace más que reconocer las limitaciones de los suyos, que no supieron aprovechar ese panorama que pintó tan favorable. Si el Granate generó poco, el Taladro hizo aún menos habiéndose encontrado prontamente ante un escenario ideal con el tempranero gol en contra de Paolo Goltz y la lesión de Carlos Araujo que había obligado a Gabriel Schurrer a forzar a Eduardo Ledesma de lateral derecho.

Aunque el peor paso que dio en la conferencia de prensa consumada la derrota 2-1 fue cuando se refirió a “jugar al fútbol”. Esa búsqueda de quitar entidad ha quedado por demás obsoleta. Existen distintas formas de concebir lo que se quiere hacer en una cancha y los modos de ejecutarlo. Lanús no brilló, pero jamás buscó sacar ventajas por fuera del reglamento; hizo lo suyo y encontró una débil resistencia, lo suficiente para ganar.

Banfield está último, perdió diez de los 14 partidos que disputó y si no tuerce pronto el rumbo el Promedio será cada vez más flaco y lo que crecerá será el temor a perder la categoría. La Volpe asumió al frente de un equipo muy golpeado, que había perdido las primeras cinco fechas del torneo sin marcar goles. Sabía el riesgo que asumía. Y hay dos componentes que tienen su peso: la ligazón afectiva que siente por el club y saber luego de sus procesos en Boca y Vélez esta puede ser su última escala en el fútbol argentino. El refugio debe ser su probada capacidad y no la desvalorización de los demás.
(Foto: Telam.com.ar)

Patricio Insua
patinsua@gmail.com

martes, 25 de octubre de 2011

Los fantasmas del Ciclón

San Lorenzo ve como algunos de los fantasmas que lo persiguen comienzan a corporizarse, y esa acechanza despierta nerviosismo, temor y enojo. El nerviosismo estrangula a un equipo que entró en un laberinto en el que no logra orientarse, ni mucho menos vislumbra la salida. El temor traducido en enojo lo encarnaron los hinchas, que cuando aún no estaba consumada la derrota ante Arsenal zarandearon con sus cánticos a dirigentes, jugadores y, por primera vez, al entrenador.

Tras la caída en el Viaducto y luego de que las puertas del vestuario visitante permanecieran cerras por casi una hora, Omar Asad dialogó con los periodistas: "Estoy tranquilo para seguir; por ahora no me voy. Me siento bien y con fuerzas. Pienso terminar mi contrato. Hay un grupo de jugadores con mucho compromiso. Veo cómo se matan en la semana y cómo entrenan, con ganas de revertir la situación en la que estamos. Sino no lo viera ese compromiso sería el primero en dar un paso al costado. La gente tiene derecho a expresar su disconformismo, yo estoy para trabajar. Nadie viene a robar ni a mentir. Pongo en cancha lo mejor que tenemos y no nos están saliendo las cosas como pretendemos".

El Turco sabe que su posición es tan incómoda como la del club. La postura de mostrase firme en sus convicciones y su puesto suele aparecer cuando un entrenador se sabe acorralado. El Ciclón perdió la mitad de los 12 partidos que disputó en el torneo Apertura y apenas logra asomar la cabeza de la temidísima zona de Promoción. El próximo fin de semana se medirá ante All Boys, rival directo -aunque todavía falta más de media temporada- en la pugna por mantener la categoría. Ante los de Floresta, el Nuevo Gasómetro será una olla a presión.

San Lorenzo sabe dónde está y lo que se juega. El fresco descenso histórico de River marca un precedente que lo eriza y contrae. Los dirigentes andan en círculos, el entrenador no encuentra el camino, los jugadores no dan respuestas y la gente revienta a voz en cuello. El Ciclón amenaza con convertirse en tsunami.
(Foto: Canchallena.com.ar)

Patricio Insua
patinsua@gmail.com

martes, 4 de octubre de 2011

Por sus méritos y el contexto, Boca desfila al título

Julio César Falcioni logró armar su mejor Boca en el momento indicando, cuando Vélez, Estudiantes y Lanús perdieron su forma. Así, por la autoridad futbolística mostrada superado el meridiano del Apertura y la anemia de los rivales de fuste, el Xeneize se aleja en lo alto de la tabla de posiciones. Hizo lo suyo con una notable mejora respecto de la primera mitad de año y los demás, hasta acá, le allanaron el camino.

Los datos estadísticos y la exposición de su juego se evidencia el resurgir. Apenas recibió dos goles en diez fechas, lleva 20 partidos invicto y volvió a ocupar en solitario la punta de un campeonato después de más de 100 fechas y casi tres años. En los últimos cuatro torneos el protagonismo había quedado referido al peso de su camiseta y no a la pelea en los primeros lugares. La conformación de un conjunto sólido, rocoso, ordenado y colectivo y con una luminosa versión de Juan Román Riquelme, la cual parecía extinta, se generó desde el trabajo del técnico, con trabajo de campo y convencimiento del plantel.

Uno de los mayores méritos del entrenador ha sido despertar al Nº 10. En los últimos dos años el ídolo había mostrado su jerarquía en cuentagotas, pero ahora revitalizó su juego para marcar claras diferencias en el amesetado fútbol argentino. Desde su estelar actuación en la conquista de la Copa América 2007, la cual lo tuvo como factótum, que no aparecía en la dimensión que hoy muestra. Seguramente desde concepciones del juego distintas, Falcioni convenció a Riquelme y Riquelme convenció a Falcioni.

El DT campeón con Banfield (título que le valió la consideración de la dirigencia boquense) consiguió también que los futbolistas que llegaron al club desde que se hizo cargo del plantel alcanzasen un destacado rendimiento. Diego Rivero, Leandro Somoza, Rolando Schiavi, el lesionado Darío Cvitanich, Agustín Orión y Walter Erviti, su jugador, hicieron hasta acá un aporte de alta cotización.

Boca marcha con cinco puntos de ventaja sobre Atlético de Rafaela, uno de los equipos ascendidos en esta temporada y quien conoce perfectamente que su realidad no pasa por pelear el campeonato sino por consolidar en la primera mitad de la temporada su permanencia en Primera División. Un punto por detrás de los santafesinos aparece Racing, también todavía invicto y con la valla bien resguardada (apena recibió tres tantos), pero el equipo dirigido por Diego Simeone todavía no logró consolidarse en su idea y estructura.

En un semestre electoral, la intención de Carlos Bianchi de volver a dirigir será la promesa proselitista de cada uno de los candidatos a encabezar la nueva Comisión Directiva. Mientras el futuro de Falcioni parece no conjugarse en la institución de la Ribera, el DT afianza un equipo que avanza decidido hacia su 24º título en el fútbol argentino.
(Foto: Telam.com.ar)

Patricio Insua
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martes, 27 de septiembre de 2011

El desafío de probar lo evidente

El inédito tránsito por la B Nacional y el deterioro del estadio Monumental, histórico coliseo deportivo y musical, son la prueba más contundente del vaciamiento al que fue sometido River. El fútbol, su actividad madre y razón de ser como institución, expone con crudeza la implosión que sufrió; porque el daño fue hecho desde adentro.

Ante la presentación particular de un abogado por lavado de dinero y administración fraudulenta, la Justicia ordenó una serie de allanamientos que apuntaron a José María Aguilar, ex presidente del club; Mario Israel, su lugarteniente, y Daniel Passarella, actual titular de la Comisión Directiva. Magistrados, fiscales y letrados tienen como tarea demostrar lo evidente de acuerdo a la jurisprudencia establecida. Presiones e intereses continuarán jugando fuerte, porque si River llegó a esta situación fue por complicidad, omisión y desinterés de distintos sectores.

Las implicancias legales incluyeron a la AFA, que en estos momentos se aboca a un problema que le preocupa mucho más y es la injerencia de los tribunales naciones en la renovación de sus autoridades. La movida nació de la obsesiva cruzada del empresario Daniel Vila por llegar al despacho principal de la sede de la calle Viamonte. Por primera vez en más de 30 años, el status quo de la casa matriz del fútbol nacional parece al menos ladearse un tanto.

Exitosos en su vida laboral, la mayoría de los presidentes de los clubes argentinos han dejado esa bonanza para ser malos administrados ad honorem de instituciones sin fines de lucro. En un ambiete profesionalizado en todos sus estamentos, habría que considerar sincerar la situación de quienes toman decisiones. Además, las internas de los clubes parecen haberse convertido en las divisiones inferiores de la política nacional, provincial o municipal, con padrinos, costosas campañas electorales, operaciones de prensa y diversos artilugios. La disputa territorial comienza a dirimirse cerca de la pelota.

El fútbol argentino generó futbolistas de elite mundial y equipos de destaque. Todo eso siempre pareció ser a pesar de la dirigencia que lo conduce y nos gracias a ella.
(Foto: Telam.com.ar)

Patricio Insua
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martes, 6 de septiembre de 2011

Mohamed entornó una ventana que nadie quiere abrir

La barrabrava de Independiente tiene capacidad de decisión, sea para avalar un proceso o para sentenciarlo agotado. Esta vez marcó el camino de salida para Antonio Mohamed. El técnico señaló a ese sector como el responsable de su renuncia; aunque marcó que los insultos y la marcha fúnebre que se escuchó en la salida de los jugadores del estadio Libertadores de América tras la derrota ante Boca fueron digitados.

“A mí me echó la barrabrava, ellos forzaron la renuncia. Hubo gente que gritaba por una orden. Está muy claro que lo que pasó no fue espontáneo. Se trató de un mensaje muy claro”. Frontal y sin eufemismos, el entrenador se refirió a una cuestión que parece invisible para dirigentes, fuerzas de seguridad y organismos públicos de control. Una realidad muy nítida que muchos no quieren ver.

La barra de Independiente consiguió financiar un costosísimo viaje a Japón, para ver la final de la copa Suruga Bank. En Shiuzoka, antes del choque frente al Juwilo Iwata que sería derrota por penales, apretaron a los jugadores y le exigieron dinero al cuerpo técnico. La negativa fue el punto de inflexión.

Uno de los que estuvo en tierras asiáticas fue Pablo Álvarez, conocido en las tribunas como Bebote, mandamás de la barra del conjunto de Avellaneda y una de las caras más visibles de Hinchadas Unidas Argentinas, la conjunción de barras de distintos clubes que estuvo en Sudáfrica 2010 y presta su apoyo a distintos sectores políticos de acuerdo a la conveniencia. Junto con alrededor de 200 de sus hombres, también había dicho presente, listo para imponer voluntad con sus métodos, en la última Asamblea Anual de socios en la que se aprobó el ejercicio económico.

Tras despedirse del plantel, Mohamed recordó que Julio Comparada, presidente del club pasó por el vestuario inmediatamente terminado el partido del domingo y que se retiró poco antes de que apareciese la intimidante presencia de los violentos. Entonces, analizó que lo sucedido es esperable cuando “un club no está bien manejado y manda la barra”. Cristian Mattera y Leandro Battafarano fueron los dirigentes de mayor peso que estuvieron en el predio de Villa Domínico. En la víspera del choque ante Boca, el secretario general había dicho que la continuidad de Mohamed no dependía del clásico, mientras que el presidente del Departamento de Fútbol había postulado que se trataba de proceso que recién se iniciaba. El respaldo público a un entrenador es siempre el prólogo de su salida.

Mohamed reconoció que Comprada, en el breve tiempo que estuvo en el vestuario, tuvo un fuerte cruce con algunos futbolistas. El incidente no habría tenido por protagonista a otro que a Gabriel Milito, quien le recriminó al máximo dirigente por los cánticos de la barrabrava contra los jugadores, entendiéndolo responsable. La dirigencia quedó al margen del reclamo de Bebote y los suyos. En diciembre, habrá elecciones en la institución bonaerense.

Antonio Mohamed puso el dedo en la lacerante y hedionda llaga que la gran mayoría de los protagonistas del fútbol pretenden desconocer. Independiente está lejos de ser un caso aislado. Es un eslabón más de una larga cadena que constituye una regla en la que no parece haber excepciones. Recuperar los estadios, volver a hacerlos un lugar para disfrutar de una legítima pasión popular sin riesgos es una de las revoluciones que se debe el fútbol argentino.
(Foto: Telam.com)

Patricio Insua
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martes, 30 de agosto de 2011

Cambios y variantes

Uno de los mayores desafíos para un entrenador es alterar satisfactoriamente en un partido el plan de trabajo en el que se había centrado durante la semana. Verse en desventaja es la circunstancia que activa la alternativa, pero no siempre es suficiente el marcador adverso para optar por otro plan.

En el partido inaugural del torneo Apertura, Banfield perdía 2 a 0 con Atlético de Rafaela a los 13 minutos, idéntica situación en la que se encontró Newell`s el pasado fin de semana, por la cuarta fecha, frente a Belgrano. Ante el mismo panorama, los caminos a seguir fueron marcadamente diferentes. Mientras que Sebastián Méndez, entonces DT del Taladro, había optado por insistir con el mismo esquema, Javier Torrente, conductor rosarino, entendió que se imponía un giro marcado.

Apenas seis minutos después del segundo tanto del elenco cordobés, el técnico leproso mandó a Pablo Pérez a la cancha y quitó a Alexis Machuca. Un mediocampista de ataque por un zaguero. Entonces, la inicial defensa de tres hombres, con Hernán Pellerano, Ignacio Fideleff y el propio Machuca, mutó en una de dos y medio, al retrasarse Diego Mateo, pero sin ubicarse a la misma altura de los otros dos. En varios tramos la retaguardia era solamente una dupla.

Seguramente sean varios los entrenadores que en las prácticas ensayan variantes para aplicar cuando se está prontamente ante una derrota parcial o con algún jugador menos por sanciones arbitrales. Sin embargo, son los menos los que en el instante determinante recurren a esas alternativas dispuestas para casos de emergencia futbolística.

Ocurre que muchas veces se imponen mandatos y pruritos, los célebres códigos. Así no se puede quitar a un futbolista en el primer tramo de un encuentro porque se lo quema. Alguna vez Marcelo Bielsa hizo ingresar y luego reemplazó en el mismo encuentro a Andrés Guglielminpietro. Consultado en la conferencia de prensa posterior marcó que esa particularidad se había dado por una mala lectura suya del partido y no por la actuación de Guly en los pocos minutos que había tenido en cancha.

Torrente tal vez cometió un error al disponer el once titular, pero lo supo subsanar. Del defecto nació la virtud. No puede soslayarse que el movimiento estuvo condicionado por las tres fechas precedentes, en las que su equipo no había podido ganar. Sabía que una derrota podría costarle el cargo; entonces arriesgó con un osado cambio de esquema. Newell`s dio vuelta el partido y lo ganó 3 a 2. De yapa, se anotó un logro histórico: fue la primera vez en el profesionalismo que el conjunto rojinegro logró revertir un 0-2 de visitante.

Mientras que los cambios apuntan a modificar la táctica, las variantes se limitan, por ejemplo, a reemplazar un centrodelantero por otro con algunas características diferentes a las del sustituido. Cuando un técnico opta por la salida de un futbolista y el ingreso de otro, a veces decide un cambio y otras apenas una variante. Torrente procedió de una manera poco habitual, y tuvo éxito.
(Foto: Telam.com.ar)

Patricio Insua
patinsua@gmail.com

martes, 2 de agosto de 2011

Un proyecto caído por su propio peso

Los promedios se instauraron (tras su génesis efímera en la década de 1940) después de que San Lorenzo perdiese la categoría; pasaron entonces a computarse la temporada en disputa y la precedente, pero ese sistema no le alcanzó a Racing, que también se fue a la vieja Primera B. Entonces la Asociación del Fútbol Argentino (AFA) decidió que se tomasen en cuenta los últimos tres años futbolísticos para establecer el coeficiente de descenso. Era el reaseguro para que los grandes no volviesen a caer y la definitiva disposición del negocio por delante de la pelota. El sistema funcionó sin fisuras por casi tres décadas, hasta la hecatombe de River.

Para reposicionar al Millonario y ante el peligro latente por los bajos promedios de Boca, San Lorenzo y Racing se pensó en un campeonato que uniese la Primera División y el Nacional B en un megatorneo de 38 equipos. De esta manera se garantizaba el regreso de River al tiempo que se desactivaba la alarma de peligro respecto de los otros cuatro poderosos.

Ernesto Cherquis Bialo, vocero de la AFA, reconoció en una nota radial que la búsqueda de un cambio trascendental de ninguna manera se hubiese dado sin el descenso del club presidido por Daniel Passarella, quien emitió un comunicado en el cual se desligaba de cualquier maniobra para establecer el nuevo formato dado que su aspiración es regresar al sitio dejado por méritos deportivos.

El anunció del tratamiento del proyecto antes de fin de año para, de aprobarse, iniciar la nueva era a mediados del año próximo implicaba un desatino mayúsculo referido a comenzar la temporada con un reglamento flotante en lo que refería a ascensos y descensos.

Algunos dirigentes, entre ellos Julio Baldomar, vicepresidente de Vélez, y Nicolás Russo, titular de Lanús, aseguraron que la idea no había surgido de la AFA sino del gobierno nacional. Julio Humberto Grondona, presidente de la casa matriz del fútbol argentino, y Aníbal Fernández, jefe de Gabinete de la Nación, los desmintieron.

La cronología implicó el anunció de fusión de la Primera División con la máxima divisional del Ascenso, indicios de retractación, la ratificación en la voz de José Luis Meiszner, secretario ejecutivo de la AFA, y vuelta a foja cero. Los desatinos y las contradicciones abundaron. La postura mayoritaria fue de rechazo. Las desprolijidades no podían más que hacer caer un proyecto que estaba sostenido sobre patas de gelatina.

Los promedios se instauraron para proteger a los grandes y los torneos cortos para devolverlos a la gloria luego del reparto de títulos de la década de 1980. Este amago de cambio iba en la misma dirección.

El megatorneo quedó archivado, aunque difícil sería afirmar que definitivamente. Habrá que ver qué sucede si el derrotero de River el Nacional B no es satisfactorio y si se mantienen los flacos coeficientes de Boca, San Lorenzo y Racing. En el fútbol argentino nunca parece estar dicha la última palabra.
(Foto: Telam.com.ar)

Patricio Insua

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martes, 26 de julio de 2011

Uruguay, nomás

Con 15 años en la Selección uruguaya, Sebastián Washington Abreu es un símbolo de la Celeste. En los cuartos de final de Sudáfrica 2010 pateó un penal que entró en la rica historia del fútbol oriental. Con todo, en la Copa América Argentina 2011 apenas jugó tres minutos y no tocó la pelota. Tras la consagración en la final ante Paraguay se estrechó en un conmovedor abrazo con Oscar Washington Tabárez, el técnico que le dio apenas 180 segundos de acción. Un imagen, una síntesis del espíritu charrúa.

Uruguay fue el mejor equipo de la competencia. Ejecutó un libreto con primacía de sus virtudes por sobre sus carencias como ningún otro. Tuvo una superioridad relativa al ser más que los demás seleccionado intervinientes, pero en términos absolutos no será un equipo recordado. Sin embargo, impuso condiciones con músculo, inteligencia y aprovechamiento de su talento. Tuvo mentalidad de campeón y convencimiento en un sistema a partir de estar consustanciado con la idea de su entrenador. Que los futbolistas admiren y respeten al técnico por su capacidad es una condición excluyente para el éxito. No todos los equipos que logran esa comunión son campeones, lugar reservado sólo para uno; pero es difícil encontrar uno que lo sea sin esa base.

“No hay que decirle jamás a un futbolista qué tiene que hacer, sino mostrarle ideas”, explicó el Maestro en la conferencia de prensa posterior a la última victoria, la del 3-0 ante los paraguayos. Además, consultado por la obtención de la 15° Copa América, el subcampeonato en el Mundial para menores de 17 años y la clasificación a los Juegos Olímpicos que el año próximo se disputarán en Londres, el ex entrenador de Boca apuntó al trabajo iniciado hace cinco años, cuando con su regreso al seleccionado uruguayo se estableció el programa de Institucionalización de los procesos de la Selección nacional y la formación de sus futbolistas.

Por cierto que momentos difíciles se encuentran con una breve mirada hacia atrás; por ejemplo en la necesidad de disputar un repechaje ante Costa Rica para clasificarse a la cita sudafricana. Pero pese a las dificultades se confió en un concepto integral y sin la urgencia del cortoplacismo. Si se confía en lo que se hace, si el trabajo está calificado y las pautas son claras, la mirada trascendental marca el rumbo.

Uruguay se consagró campeón en Argentina con fortaleza colectiva, inteligencia táctica, jerarquía en la marca (aunque lejos de ser un equipo golpeador, con algunos excesos permitidos por los malos arbitrajes), una gran delantera compuesta por Luis Suárez (el mejor jugador del torneo) y Diego Forlán, orgullo, pleno sentido de pertenencia y apartado un dilema imperante en el fútbol como tal vez en ningún otro deporte, el de la estética versus el rocoso funcionamiento integral. No quedará en la historia, pero supo trabajar en pos de un logro más allá de cualquier individualismo.
(Foto: Telam.com.ar)

Patricio Insua
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martes, 19 de julio de 2011

Lo urgente y lo importante

Sergio Batista tiene un discurso vacío y los jugadores son los primeros en advertirlo; saben que están a las órdenes de alguien que no está calificado para el cargo. Son o fueron dirigidos por entrenadores como Joseph Guardiola, José Mourinho, Marcelo Bielsa, Alex Ferguson, Roberto Mancini y Rafael Benítez; entonces, la ineludible comparación con el DT argentino resulta insultante. Son futbolistas de elite y necesitan un técnico de elite, a quien respeten, admiren y obedezcan. Quienes creyeron a Batista a la altura de las necesidades son los principales culpables.

Las contradicciones en sus declaraciones públicas no pueden más que transmitirse hacia el interior del grupo. Tras la eliminación ante Uruguay negó una mala actuación de la defensa, cuando la dupla central compuesta por Nicolás Burdisso y Gabriel Milito había tenido un pésimo desempeño. Los zagueros cometieron faltas sistemáticas en los intentos de anticipo y en cada uno de esos tiros libres el juego aéreo oriental fue incontenible por falta de planificación para contrarrestarlo. En una nota en la revista El Gráfico, José Luis Brown contó que a Batista no le gusta trabajar con pelota detenida, algo decididamente preocupante y que no puede admitirse en el máximo nivel, en el cual muchas veces los detalles son definitorios. Y esas jugadas son más que detalles.

Argentina tiene abundancia de mitad de cancha hacia adelante, en las posiciones más cotizadas. Ahí el funcionamiento tuvo menos señalamientos por la jerarquía de nombres pesados. En cambio, en defensa había carencias y se necesitaba mayor dedicación. Por pereza o incapacidad (grave en ambos casos), Batista se encomendó al talento individual, a lo que pudiera producir Lionel Messi, el mejor jugador del mundo, y sus satélites de brillo propio, Sergio Agüero, Gonzalo Higuaín, Carlos Tévez y Ángel Di María (ninguno titular en los cuatro partidos disputados). Nunca hubo un equipo. Armó la nómina para la Copa América con un criterio infantil, acumulando grandes delanteros y multiplicando volantes centrales, su posición en los lejanos tiempos de jugador. El resultado fue una lista previsiblemente descompensada, y cuando abandonó el único esquema que había ensayado en la previa del torneo se encontró sin variantes externas.

Batista no es el responsable de que el fútbol argentino se haya caído del mapa, de un deterioro sin precedentes. Su responsabilidad se cierne a la pobrísima performance en la Copa América de acuerdo a las herramientas de las que disponía. Ese mal rendimiento general sólo alcanzó para ganarle al juvenil seleccionado de Costa Rica.

Como alegoría de otros tiempos, Argentina se convirtió en una fábrica de virtuosos futbolistas, pero no logra la manufacturar un equipo real, con sustento colectivo y una estructura que potencie individualidades en lugar de encomendarse a ellas como único recurso. La penosa actualidad obliga a atender tanto lo urgente (un conjunto enclenque), como lo importante (si la Selección sigue siendo el buque insignia del fútbol nacional o crudamente un negocio al mejor postor). Porque si sólo se miran los síntomas sin profundizar en la causa de la dolencias, difícil será una mejora. No alcanza con placebos.
(Fotos: Telam.com.ar)

Patricio Insua
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martes, 12 de julio de 2011

Messi es una víctima de la Selección

Tuvo que digerir dos agrios tragos antes de dar con uno de cierto dulzor; hasta disfrutable, comparado con aquellos. Transcurrida para Argentina la fase de grupos de la Copa América 2011, quedó expuesto que Lionel Messi es presa de un equipo con la pretensión de interpretar un libreto que dista de ser el más conveniente para el mayor talento del Planeta Fútbol. Sergio Batista, entrenador del equipo nacional, tiene en el rosarino al mejor del mundo, pero la idea que pregona y los difusos esbozos que se ven en la cancha marchan a contramano del sentido que transita el hombre del Barcelona. Messi es vertical; la Selección es horizontal. Messi es movilidad; la Selección es posicional.

Los empates con Bolivia y Colombia expusieron con más claridad algo que ya se había podido vislumbrar con anterioridad en el ciclo Batista: La Pulga queda atada a una propuesta laxa y aletargada. Se asemeja a una Ferrari atorada en un embotellamiento de alguna arteria del centro porteño. Marear la pelota hacia los costados y hacia atrás una y otra vez no implica ninguna virtud; el cuidado conservador es un demérito para los conjuntos que se pretenden protagonistas.

Frente al modesto combinado juvenil de Costa Rica, Messi se ubicó detrás de Gonzalo Higuaín, ariete albiceleste. Con grandeza y generosidad, fue el jugador más colectivo en una Selección que apuesta a la diferencia individual desde el poco apego del DT al trabajo táctico, algo preocupante en un fútbol donde los detalles son muchas veces la diferencia entre ganar y perder. Regaló pases con precisión quirúrgica, que eran dagas en el área rival; sin embargo, no parece conveniente transformar a un futbolista que hizo 53 goles en la pasada temporada en un asistidor.

Al margen de las contradicciones del entrenador, de las cuales la más evidente (y peligrosa de cara al manejo del grupo) fue la de señalar que consideraba a Tévez como Nº9 y que no estaba en sus planes para luego convocarlo y hacerlo titular como puntero izquierdo, lo más preocupante pasó por la conformación de la lista, absolutamente desbalanceada. De los siete mediocampistas que citó, cinco son volantes centrales y de los seis atacantes, cinco actúan de centrodelanteros. Entonces, cuando en apenas 180 minutos dejó de lado la idea a la cual había apostado en los 20 días en los que dispuso de los jugadores para preparar la competencia, encontró las limitaciones de su propia elección. De todos modos, le alcanzó ante la endeblez costarricense; la victoria fue inobjetable, pero el funcionamiento de acuerdo al material del que se dispone siguió lejos de ser destacable; más bien lo contrario. El próximo escalón, Uruguay en cuartos de final, implicará un desafío muchísimo más complejo.

Messi es el mejor jugador del mundo, sus ámbitos son el Barcelona y la Selección argentina. Pese al abismo de funcionamiento que hay entre los dos conjuntos, en ambos lo rodean cracks y muy buenos futbolistas. Ese es su mundo, la elite. ¿El entrenador argentino está capacitado para habitarlo?
(Foto: Elpais.es-Reuters)

Patricio Insua
patinsua@gmail.com

martes, 5 de julio de 2011

A 25 años de un triunfo eterno

Eran tiempos de télex, no de Twitter; y las fotos nacían en un cuarto de revelado en lugar de retocarse con Photoshop y volar por el ciberespacio. Mucho giró el mundo para un presente que poco se asemeja a ese pasado que parce aún mucho más lejano en tantas cosas. Pero un grito, una celebración, un festejo, quedó detenido en el tiempo para siempre. Hace 25 años, en México, Argentina lograba su último título mundial y daba lugar a la página más épica de la historia del fútbol nacional. Lo hacía con la marca a fuego del mejor jugador de todos los tiempos, Diego Armando Maradona.

La Mano de Dios, el gol más golazo de la vida, la interminable carrera a la eternidad de Jorge Luis Burruchaga, el llanto de Carlos Salvador Bilardo abrazado por Pedro Pablo Pasculli y Diego en andas con la copa son algunas instantáneas que aparecen nítidas de aquella consagración mexicana. Se trató de un equipo que forjó su identidad a contracorriente; con muchos garrotazos y contadas muestras de apoyo, logró revertir a una mayoría que no había creído en sus posibilidades para luego rendirse ante su magnificencia.

No hay manera de concebir aquel equipo sin Maradona, pero también es un reduccionismo demasiado injusto colocar a ese seleccionado apenas como un apéndice del Barrilete cósmico que danzó por el Estadio Azteca, con esa zurda como una pluma de incomparable exquisitez y el césped vuelto el más fino papel para escribir el poema perfecto del fútbol.

Aquel seleccionado enfrentó a cuatro a campeones mundiales. Se trató del empate 1-1 con Italia en la primera fase y los triunfos ante Uruguay, 1-0 en octavos; Inglaterra, 2-1 en cuartos, y Alemania, 3-2 en la final. El resto de los encuentros fueron las victorias frente a Corea del Sur y Bulgaria, en la fase de grupos, y Bélgica, en semifinales.

Delante del arquero, un líbero y dos stoppers, cinco mediocampistas ajedrecísticamente dispuestos y dos delanteros conformaron el sistema trabajado con obsesión durante casi cuatro años. Además, Bilardo supo hacer los cambios de intérpretes necesarios sobre la marcha. Así, entre el debut con Corea del Sur y la final con Alemania el equipo tuvo modificaciones. Néstor Clausen salió en la línea de fondo por José Luis Cuccifo, el sector izquierdo del medio campo fue ocupado por Julio Olarticoechea y no ya por Oscar Garré y Pasculli dejó su lugar en la delantera para que allí se acomodase Maradona y Héctor Enrique ingresase en la mitad de la cancha. Pero la base siempre estuvo muy clara: Nery Pumpido, José Luis Brown, Oscar Ruggeri, Ricardo Giusti, Sergio Batista, Burruchaga, Maradona y Jorge Valdano jugaron los siete partidos como titulares (Olarticoechea también disputó todos los partidos; pero ingresó como suplente en los cuatro primeros y estuvo desde el arranque en los tres últimos).

Se cumplen las Bodas de Plata del último gran logro del fútbol nacional, cuando Maradona se convirtió en bandera. Un festejo que será para siempre.

Patricio Insua
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martes, 28 de junio de 2011

Y pasó lo inevitable: River se fue a la “B”

José María Aguilar. Nada que se escriba sobre el momento más doloroso en la inconmensurable historia del Club Atlético River Plate, con un desenlace tan asombroso como –paradójicamente- previsible, puede comenzar con otras palabras. Ese es el nombre del hombre que, junto a Mario Israel, Héctor Grimbeg y demás secuaces, devastó a una institución de trascendencia mundial. Tomó a un club con dificultades pero potente y entregó uno esquilmado y de rodillas.

Rapaces grupos empresarios que consiguieron fabulosas ganancias con la compra y venta de jugadores, intermediaciones con el Locarno suizo, barrabravas empleados en el club y la intención de liquidar valiosos juveniles en ramilletes fueron algunas de las circunstancias que derivaron en un profundo deterioro institucional, un pozo económico y la consecuente debacle deportiva.

A Daniel Passarella le cabe, sin dudas, su cuota parte de responsabilidad. La mayor es haber incumplido su principal promesa electoral, la de investigar y auditar la fraudulenta dirigencia que lo precedió; como también haber nutrido su lista con varios integrantes de aquella conducción, como Diego Turnes, su vicepresidente y titular de la comisión fiscalizadora de Aguilar. Lo cierto es que el ex jugador y ex entrenador millonario tomó un club vaciado y tuvo que hacer equilibrio entre las carencias. “Me puedo ir como un presidente incapaz, soberbio y autoritario, pero jamás como un chorro” espetó en sus primeras declaraciones tras la caída al Nacional B.

Hacer foco en Juan José López y su indescifrable lógica para armar el equipo en ambos partidos de la Promoción ante Belgrano (sobre todo el jugado en Córdoba), en el plantel actual, en el desastroso arbitraje de Sergio Pezzota y en los desatinos de Pasarrella es quedarse en la foto del final sin ver la película completa.

De todos los técnicos que dirigieron a River en las tres temporadas que culminaron en el descenso, J. J. fue el que más puntos obtuvo; superó a Diego Simeone, Gabriel Rodríguez (interino), Néstor Gorosito, Leonardo Astrada y Ángel Cappa. Con él en el banco y Pasarella en el despacho presidencial, un club casi sin recursos terminó la temporada en quinto lugar, con 57 puntos. Es evidente que el descenso es por la herencia.

El genuino dolor de los hinchas de River, de los miles que se fueron del Monumental apesadumbrados y sin hacer desmanes y los millones que lloraron frente al televisor o con un oído pegado a la radio, fue provocado por la gestión infame de un personaje inescrupuloso, que gozó de la cómplice protección del poder mediático reinante y fue premiado por la Asociación del Fútbol Argentino, que le consiguió un suculento sueldo vía Zúrich al colocarlo como asesor letrado de la FIFA y también lo distinguió incluyéndolo en el Comité Organizador de la Copa América Argentina 2011.

Por primera vez en más de un siglo, desde que ascendiera a la primera división en 1908, en tiempos fundacionales del deporte nacional, este gigante no estará en el círculo mayor del fútbol argentino. Tanta tropelía no podía terminar de otra manera. Los que gozaron y ahora sufren por la desventura de sus colores, no deberán olvidar, jamás, al hombre que laceró la historia de River: José María Aguilar.
(Foto: Telam.com.ar)

Patricio Insua
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martes, 21 de junio de 2011

A la historia grande

Máximo artillero en la historia de uno de los dos equipos más grandes del fútbol argentino con 236 tantos y solamente superado entre los más goleadores desde que se instauró la era profesional por cuatro hombres mitológicos como Arsenio Erico, Ángel Labruna, Herminio Masantonio y Manuel Pellegrina, Martín Palermo le puso punto final a su carrera como jugador para quedarse en el recuerdo eterno, el que está reservado a unos pocos privilegiados, a los más destacados. Se lo ganó con un instinto sin igual en los tiempos modernos para vulnerar los arcos rivales.

A los 37 años, dio pruebas de un riguroso profesionalismo en su última temporada al disputar los 38 encuentros del año futbolístico. Lo hizo con un gran esfuerzo por las constantes dolencias en su rodilla derecha –en la cual tuvo dos operaciones por rotura de los ligamentos cruzados, en 1999 y 2008-, lo cual lo obligó a disputar gran parte del Clausura infiltrado. Fue una muestra más de la fortaleza mental de hierro de un verdadero titán.

La Selección argentina y el fútbol europeo no fueron su ámbito. Aunque se dio el gusto de emocionar y emocionarse con un dramático gol ante Perú bajo un diluvio por las Eliminatorias a Sudáfrica 2010 y, luego, de anotar en el Mundial frente a Grecia, su paso por la albiceleste será recordado por haber errado tres penales ante Colombia en la Copa América 1999. En tanto, de su paso por el viejo continente se evocará la fractura que le ocasionó el derrumbe de un talud en un festejo. En Boca, en cambio, encontró su lugar en el mundo, con goles a montones. Y los hizo de todas las formas. De chilena, de cabeza desde 35 metros, tomándose del travesaño, con los dos pies al resbalar en un penal. Esos gritos implicaron muchas celebraciones, con clásicos victoriosos, torneos locales, Copa Libertadores y la Intercontinental, cuando se disputaba a un partido en Tokio; aquella noche en la que le marcó dos goles al Real Madrid de Figo, Roberto Carlos y Casillas, entre otros. Así, se ganó el cariño azul y oro, como quedó de manifiesto en su último partido en la Bombonera, ante Banfield.

Acaso el mejor cabeceador de todos los tiempos por estas tierras, su última instantánea como jugador fue ganando una pelota en la altura del área de Gimnasia –su rival y al equipo que más le convirtió- para habilitar a Christian Cellay, autor del agónico gol del empate en el Bosque. Fue la última intervención del “optimista del gol”, como lo había definido Carlos Bianchi, el técnico que lo marcó.

Martín Palermo cerró el libro de su muy atractiva historia como futbolista. Seguramente el futuro sea como entrenador, junto a su amigo Roberto Abbondanzieri. Sus goles, sus festejos, sus desventuras y renaceres quedan registrados en una carrera del mil matices, nada menos que la de uno de los goleadores más importantes de los últimos 80 años.
(Foto: Telam.com.ar)

Patricio Insua
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martes, 14 de junio de 2011

Mucho más que un campeón

El torneo Clausura 2011 coronó al mejor equipo de la temporada y a la institución deportiva más sólida del país. Una dirigencia responsable, un entrenador –Ricardo Gareca- laborioso y desconocedor de excusas, un plantel nutrido desde su propia cantera, un equipo de virtuosismo colectivo y un nexo –Christian Bassedas, el manager- ideal entre la directiva y los protagonistas propiciaron el éxito. En Vélez todo es consecuencia.

A falta de una fecha para que se complete el torneo, suma 36 puntos (en el Apertura fue segundo de Estudiantes con 43). Será uno de los equipos que menos puntos necesitó para consagrarse entre los últimos campeones. Pero haber convertido en todos sus partidos, ser el conjunto más goleador con 34 tantos (por intermedio de 12 jugadores distintos) y mantener la valla invicta en la mitad de ellos exponen los méritos. Al margen de la estadística, el equipo de Liniers expuso un gran juego.

Apoyado en una estructura tejida armoniosamente, fue un equipo completo: sólido en defensa, de transiciones rápidas sin arrebatarse en el mediocampo, virtuoso y efectivo en ataque. Siempre confió en sus argumentos. La eliminación a manos de Peñarol en las semifinales de la Copa Libertadores no fue un golpe de knock out. Se repuso para quedarse con la gloria doméstica.

El equipo dirigido por Gareca tuvo en cada línea, al menos, a uno de los más destacados jugadores del campeonato en su puesto. Marcelo Barovero fue el mejor arquero del torneo; muy seguro y sin estridencias, sostuvo al equipo desde atrás y brilló en los momentos determinantes, como ante Godoy Cruz, en la 17º fecha. Sebastián Domínguez fue el comandante de una defensa sólida y de gran entendimiento. Víctor Zapata ratificó su inteligencia para interpretar el juego y ejecutar con claridad. En ataque, Maximiliano Moralez fue un constante generador de espacios, Juan Manuel Martínez un gambeteador vertical con gol y Santiago Silva un centrodelantero conocedor de todos los secretos del puesto.

Ganó su octavo campeonato doméstico, para sumarlo a los cinco logrados en el plano internacional. Presente en 77 de las 80 temporadas que se llevan del profesionalismo se ubica quinto en la tabla histórica. El legado de José Amalfitani se aprecia en el estadio que lleva su nombre y en la Villa olímpica. Vélez reconfigura una historia pretendida de una vez y para siempre. Es un grande.
(Foto: Telam.com.ar)

Patricio Insua
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martes, 7 de junio de 2011

La Selección y sus subsidiarias

La Selección tiene impostores, o dobles de riesgo. Aunque tienen su misma apariencia, la ilusión se desvanece pronto; lejos están del cumplir el cometido. Pero no usurpan el lugar del modelo original, sino que han sido legitimados. Algunas veces con futbolistas del medio local, otras con menores de 25 años y en ocasiones con jugadores de equipos de segundo y tercer orden en Europa, el equipo nacional optó, desde su conducción, por esta multiplicidad de identidades.

Las derrotas ante Nigeria y Polonia repusieron la cuestión sobre los equipos que ataviados de celeste y blanco salen a la cancha a hacer de Argentina. Carentes de la preparación adecuada por lo ajustado del calendario y, además, sin la jerarquía necesaria en sus integrantes, pueden protagonizar encuentros dolorosos, como la humillante caída ante los africanos.

Por definición, el seleccionado nacional debería ser un lugar reservado para los sobresalientes, para los mejores en el más alto nivel. Una elite, un universo reducido. Está claro a quiénes prefiere Sergio Batista, director técnico Argentina; así quedó reflejado en la lista preliminar presentada para la Copa América. Si lo que se busca es algún elemento complementario para el seleccionado, entonces debería probárselo insertándolo con quienes serían sus compañeros y no es un conjunto de ocasión.

Jugar un par de partidos de manera destacada en el alicaído campeonato argentino o haber logrado ser transferido a Europa en tiempos de representantes y empresarios demasiado hábiles no son mérito suficiente para vestir la albiceleste. Lo que debería ser un premio y un reconocimiento a la destacada tarea sostenido se ha vuelto una meta mucho más accesible.

Antes del Mundial de Alemania, la Asociación del Fútbol Argentino había firmado un acuerdo con la empresa de capitales rusos Renova para que ésta organizase los amistosos del seleccionado previos Sudáfrica 2010, motivo por el cual José Pekerman habría decidido alejarse de la dirección técnica. Pero el acuerdo se inició sin llegar a término, la firma Santa Mónica se hizo cargo del negocio. Incluso hubo un período de superposición.

Rápido para desmarcarse de sus responsabilidades, Julio Grondona, presidente de la AFA, aseguró tras la derrota ante los nigerianos que ese encuentro no había sido motivado por interese económicos, sino por un pedido expreso del entrenador. Con el resultado puesto, postuló que no se podía regalar prestigio. Lo que no dijo es que, al menos, avaló los partidos a sabiendas de las condiciones.

Pese a las subdivisiones que organizó Batista, la que cayó en Abuja ante el representativo nigeriano y la que perdió en Varsovia frente al representativo europeo es la selección argentina; la que fue dos veces campeona del mundo, la que tuvo a Diego Armando Maradona y la que tiene a Lionel Messi. La Selección argentina debe volver a ser una, sólo para los mejores.
(Foto: Telam.com.ar)

Patricio Insua
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martes, 31 de mayo de 2011

Pura coherencia

El final del Clausura y el cierre de la temporada se para de frente contra los axiomas futboleros que rezan que cualquiera le gana a cualquiera y que este es un deporte sin lógica. Observar quiénes pelean por el título y cuáles son los clubes que sufren por mantener la categoría deja a las claras que la coherencia en los caminos que se recorren marca los designios.

Vélez, Lanús y Godoy Cruz, desde su solidez institucional, construida a partir de la consecuencia a un proyecto por parte de sus dirigentes, son los equipos que mejor juegan y los que dirimirán la corona del Clausura 2011. Bien podría integrar ese grupo Estudiantes de La Plata, el equipo más poderoso en el último lustro, pero quien se encuentra en un paréntesis, lejos de su mejor versión y sin posibilidades de revalidar el campeonato conquistado en la primera mitad de la temporada. Pese a la ausencia del Pincha, el hecho de que no haya ningún colado enaltece aún más lo hecho por los vanguardista, y lo que representará para el vencedor final, por el peso específico de sus competidores.

En el otro extremo, entre los que pugnan por mantener la categoría, si se toman en cuenta los clubes que establecen su coeficiente de Promedio en tres temporadas y se excluye a los ascendidos en 2010, entonces ahí aparecen Huracán, Gimnasia y Esgrima de La Plata y River. A lo largo de 111 partidos han acumulado más pesares que satisfacciones arrastrados por los desatinos y la negligencia de sus dirigentes, cuando no de conductas aún más graves. Es imposible entender el momento más determinante en la historia del Millonario sin nombrar a José María Aguilar.

El fútbol argentino, en la definición de su año competitivo, es pura lógica. La coherencia, como casi nunca, queda expuesta en las tablas que marcan sin dobleces lo hecho por cada quien.
(Fotos: telam.com.ar)

Patricio Insua
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martes, 24 de mayo de 2011

El descenso no es un fantasma

Hace poco tiempo, Ángel Cappa se había detenido en lo inconveniente de considerar al descenso como un drama. Más recientemente, Roberto Pompei marcó el lugar que debería ocupar el fútbol en la vida que los hinchas, sin anteponerse a aspectos trascendentales, como la familia y el trabajo -o su carencia-. El ex técnico de Gimnasia y el todavía entrenador de Huracán hicieron foco con precisión sobre una cuestión que, en un fútbol de excesos, se vive con desmesura.

La fuerza de los sentimientos no puede medirse, pero la tristeza del descenso parecería instalarse con mayor intensidad que la alegría por la conquista de un campeonato. La frustración pesa más que la felicidad. Los medios también han jugado su parte al exacerbar la tristeza que significa perder la categoría postulándola como una pena mayúscula.

Si el Promedio es una injusticia para los últimos equipos ascendidos, obligándolos a sumar no menos de 45 puntos para mantenerse en Primera, el yugo de la permanencia para el resto de los clubes es tirado por los desatinos dirigenciales a lo largo de seis campeonatos. Los casos del Lobo y el Globo son paradigmáticos.

Es a los futbolistas, en tanto trabajadores, a quienes el devenir de un club les resulta determinante para sus vidas en una medida siempre importante, como lo es la del trabajo. Entonces, ganar o perder sí es relevante para el jugador; y descender puede volverse trascendental. Pero esa lógica, como marcó Pompei, no corre para el hincha y por eso la desventura de los colores del corazón no deberían vivirse con una decepción sobredimensionada. Al fin de cuentas, si se ama a un equipo, ese amor no debería variar en función de la categoría en la que esté, pese a las diferencias. El descenso no es un fantasma.
(Foto: Telam.com.ar)

Patricio Insua
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martes, 3 de mayo de 2011

El futuro es suyo, por prepotencia de habilidad

En un medio aplanado, la falta de talento se suple con rigor físico. Forjar la mejor puesta a punto desde la preparación atlética es un arma legítima, máxime cuando se cuenta con menos recursos que adversarios más calificados. Ocurre que esa imposición de la fuerza parece haber desembocado, en buena medida, en un círculo vicioso que terminó por volverla el punto indispensable en la conformación de un futbolista. En ese contexto, todavía, afortunadamente, quedan buenos resquicios por donde de se filtran quienes eluden esa lógica y brillan por su ductilidad.

Si existe una rasgo diferenciador en los jugadores argentinos habilidosos, un sello, una marca de agua, seguramente esté impresa en Eric Lamela, de River, y Ricardo Álvarez, de Vélez. Juveniles de gran despliegue y gambeta indescifrable, imponen su juego más desde sus aptitudes técnicas que desde su portento físico. Veloces y explosivos, esa virtud es complemento de lo que los distingue. Llegaron a Primera con el desarrollo corporal que hoy se impone como condición necesaria en las divisiones inferiores, pero la técnica siempre se mantuvo como su cualidad esencial.

Los caminos que recorrieron fueron muy distintos, pero ambos se vieron obligados a dar muestras de carácter. Lamela fue noticia a los 12 años cuando el Barcelona le ofreció a su familia un contrato de más de 100 mil euros anuales para que se instale en La Masía, la fábrica de talentos catalana. Tras un período de tensión, River hizo un desembolso para generar un precoz profesional del fútbol y mantenerlo en sus filas. Así, creció bajo miradas atentas y supo eludir esa presión para mantener su frescura. Distinto fue el derrotero de Ricky Álvarez, quien no encontraba lugar por su esmirriada contextura. Así fue que en las divisiones juveniles de Boca tenía escaso lugar porque “preferían jugadores más corpulentos”, según contó recientemente. Lejos de darse por vencido, se apoyó en su talento, que fue valorado en Liniers.

Lamela luce la mítica 10 de River y sus características lo emparenta con los clásicos organizadores de juego que en los últimos años se han mudado al lado del número cinco o al costado izquierdo. Vertical, inteligente para descargar e ir a buscar, y con buena visón periférica, procura terminar las jugadas; aunque desde su juventud pueda equivocar en ocasiones la opción más conveniente. Dispuesto desde los laterales del mediocampo también ha sabido marcar diferencias.

Álvarez tardó más que Lamela en asentarse. No encontraba su lugar en la cancha y la desazón le había costado incluso algunas tarjetas rojas. Las lesiones también hicieron su parte. Pero el contexto dado por un equipo de fuerte sustento colectivo, con un marcado sostén táctico y jugadores destacados, lo ayudó a encontrar pronto su mejor versión. Y la dio desde el centro de la cancha, como doble pivot central, y también desde las bandas para terminar las jugadas hacia adentro.

Lamela y Álvarez exponen un avance sostenido. Futbolistas de momentos y jugadas en sus primeras apariciones, sus tareas cada vez tienen más sustento. Destacados por la prepotencia de su habilidad, son certeros proyectos de crack.
(fotos: Telam.com.ar)

Patricio Insua
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martes, 26 de abril de 2011

Un torneo imprevisible desde el mando de los futbolistas

Cuando el campeonato traspasó su meridiano y quedan ocho fechas para el final, el desenlace es impredecible. En la disputa por el título y en la asfixiante puja por evitar el descenso. La síntesis es Olimpo, que pelea por mantenerse en el círculo privilegiado del fútbol argentino al tiempo que se anima a espiar de cerca la cima de la tabla.

La irregularidad dominante quedó expuesta en la derrota del líder, Vélez, como local, ante el equipo menos productivo de la temporada, Quilmes. El torneo apasiona desde la paridad, pero el nivel es bajo. Es la medianía la que empareja. Jugadores con marcadas carencias técnicas y tácticas y entrenadores estancados en el orden actual de las cosas sin ánimo de romper ese status quo configuran el alicaído medio doméstico.

Los directores técnicos son los principales responsables de la expresión colectiva de un equipo, pero transitan un período en el que, en buena medida, su derrotero está atado a las desavenencias de los futbolistas. En once fechas se vieron innumerable cantidad de errores impropios de un futbolista profesional de Primera División. Los inconvenientes para controlar la pelota y las distracciones y equivocaciones en movimientos para tapar espacios o descubrirse se multiplican cada fin de semana.

Los conductores son rehenes de los jugadores, de sus marcados errores individuales. Mientras los responsables del andamiaje colectivo pueden equivocar planteos, no acertar con los cambios y realizar lecturas incorrectas, no son responsables de las fallas elementales de los jugadores, quienes, además, muchas veces, fuerzan el trato para imponer sus condiciones.

La magra calidad del juego que se ve en las canchas argentinas es el punto cúlmine de un proceso complejo, con divisiones inferiores más preocupas por ganar que por formar, juveniles tirados a la cancha salteando etapas, futbolistas experimentados con errores de novatos y entrenadores refugiados en lo establecido como patrón. Una revolución desde los cimientos se impone para iniciar una nueva era.
(Foto: Telam.com.ar)

Patricio Insua
patinsua@hotmail.com

martes, 12 de abril de 2011

El bronce no puede alterarse, la titularidad sí

El momento más especial de su carrera, el de los últimos pasos, se convirtió en el más amargo. Porque desde que Martín Palermo es Martín Palermo nunca tuvo un período tan aciago, en su juego y en su obsesión: el gol. Cuando era suplente en Estudiantes de La Plata en el Nacional B las cosas tampoco le resultaban fáciles, pero sabía que tenía mucho tiempo por delante para revertir ese presente. Y vaya si lo hizo.

La historia de los clubes la escriben en buena medida sus grandes futbolistas. Palermo es una parte nuclear de la Boca, hecho que no hay posibilidad de corromper. Así será para siempre. Pero el aporte individual, por mayor que haya sido, no debe estar por sobre lo colectivo; y, en este momento, sea por falencias propias o por una disposición táctica que no lo favorece, su presencia en el equipo titular no parece ser la mejor opción para el Xeneize.

Como lo merece, en cada partido, la hinchada boquense lo ovaciona. No escatima cariño para agradecerle al ídolo todo lo que le dio. Pero al margen de la cuestión sentimental de las tribunas, está el lado racional de quien conduce. Seguramente Julio César Falcioni tenga sus razones, pero mantener al disminuido ariete platense en lugar de optar por Lucas Viatri, parece un boicot a sí mismo. Aunque, al fin de cuentas, desde que llegó a Boca, el DT parece dispuesto a transitar un camino alejado de sus convicciones.

Hay muchas maneras de valorar a una gloria de un club, a un goleador con registros de otra época (en Boca anotó en 230 en 394 partidos). Mantenerlo como titular no es necesariamente una. Nada de lo que haga o deje de hacer en los diez partidos que le quedan modificará su antológica carrera. Sus goles significaron varios títulos, locales e internacionales. Que hoy escaseen no altera el bronce para la posteridad en La Ribera. Que su aporte al equipo no sea entre los once que inician cada partido, tampoco. (Foto: Telam.com.ar) Patricio Insua patinsua@gmail.com

martes, 29 de marzo de 2011

Godoy Cruz, Argentinos y Olimpo, tres procesos para destacar

El listón en lo más alto del fútbol argentino lo sostienen Vélez y Estudiantes. Consecuencia con un proyecto, intransigencia en la búsqueda de protagonismo y permanencia en los primeros lugares los colocan al tope. Sus propuestas, con elementos comunes y otros diferenciadores, imponen condiciones; y, con lógicos paréntesis, son los mejores en el medio doméstico y equipos de mucho respeto fronteras afuera.

En esa marquesina que encabezan los de Liniers y La Plata la continuidad del foco conduce a los desempeños de Godoy Cruz y Argentinos Juniors. Con menos material que los anteriormente mencionados y el ingenio y el trabajo necesarios para mantenerse en la pelea de arriba pese a los fuertes movimientos de jugadores que sufieron, logran dar pelea en el Clausura y en la Copa Libertadores.

Antes del inicio de 2011, Omar Asad se alejó de la dirección técnica y, además, Godoy Cruz perdió su ataque completo con las salidas de Jairo Castillo, César Carranza y David Ramírez, en el podio de los mejores de la primera mitad de la temporada. Entonces los mendocinos pusieron manos a la obra; no para reinventarse, sino para mantener la misma fisonomía con otra conducción y distintos intérpretes. Con la política de no anteponer el fútbol a la institución, Mario Contreras, presidente del club, buscó “un entrenador de acuerdo al plantel”, de modo tal de evitar la contratación de un técnico que luego exigiese la llegada de varios nuevos futbolistas. La elección recayó sobre Jorge Da Silva y con el uruguayo el Tomba supo mantener su juego prolijo, de buen toque de pelota, salida rápida por las bandas y determinación de no refugiarse cerca de su arco ante ningún rival.

El único invicto que le queda al Clausura es Argentinos Juniors. El conjunto de La Paternal disputó 11 partidos en el año y apenas perdió uno, ante Nacional de Montevideo, en el Diego Armando Maradona, por la Libertadores. Pedro Troglio logró conformar un equipo que maximiza sus recursos al explotar virtudes y camuflar defectos. Seguramente ningún campeón sufrió la sangría que vivió el Bicho. Tras el título se fueron el entrenador, el arquero, el primer central y capitán, los tres delanteros titulares y el primer suplente. El costo implicó tener que esperar hasta la octava fecha del Apertura para ganar el primer partido. Ese triunfo actuó de válvula de escape cuando la paciencia parecía agotarse. Desde entonces, la remontada, en rendimiento y resultados favorables, se hizo evidente. Troglio no protestó cuando desmembraron al campeón ni tampoco cuando antes del Clausura fue transferido Néstor Ortigoza, el jugador más determinante. Pese a esa importante ausencia mantuvo la identidad de un conjunto que presiona, se mantiene compacto entre líneas y expone un sólido sentido colectivo.

En otra pelea, la de mantener la categoría, debe destacarse lo hecho por Olimpo. Cuando las decisiones se toman con convencimiento y no desde la demagogia, debe ser difícil para una comisión directiva determinar cuándo el proceso de un entrenador está agotado. La evaluación, más que a los resultados, debería centrarse en el trabajo realizado y la percepción del convencimiento de los jugadores en las ideas y métodos del entrenador. En el Apertura, entre la quinta y la décima fecha, el conjunto de Bahía Blanca sufrió una racha de seis derrotas consecutivas. Pero la sorteó. Fue clave el aplomo dirigencial para sostener a Omar De Felippe como entrenador y apostar por un proyecto en marcha (que venía desde el Nacional B) en lugar de arriesgar con el inicio de otro. Llegó el momento en que el equipo apareció en su mejor dimensión y ahora el elenco aurinegro pelea en los primeros lugares y le escapa a la zona de descenso.

Godoy Cruz, Argentinos Juniors y Olimpo apostaron a la coherencia y se plantaron ante las urgencias para confiar en lo estructural por sobre lo coyuntural. Hoy, disfrutan de los buenos resultados que maduraron lejos de la histeria que impera. (Fotos: Telam.com.ar)

Patricio Insua patinsua@gmail.com

martes, 22 de marzo de 2011

La violencia de todos

El de Ramón Aramayo será un nombre más, uno de los tantos que ya dejó en el olvido el fútbol argentino. Integra la larga lista de los que murieron en el intento de ir a ver un partido. Su deceso, aún por aclararse, habría sido producto de apremios ilegales por parte de la Policía Federal en las adyacencias del estadio José Amalfitani. Luego, Vélez y San Lorenzo jugaron apenas siete minutos antes de que el encuentro se suspendiese por la agresión de la parcialidad local a Pablo Migliore y los destrozos en la tribuna visitante.

La violencia en el futbol tiene bien marcada su escala de culpables, pero ya nadie parece quedar exento. A esta altura, no hay inocentes. Todos tienen su parte, dirigentes, Policía, barrabravas, hinchas, Justicia, jugadores y periodistas. Las excepciones remiten a individualidades.

La cara visible son los barras. Ejercen la violencia física en primera persona; cuando reposan, es producto de la extorsión satisfactoria. Actúan a sabiendas del cobijo que tienen en distintos ámbitos: político, dirigencial, policial y judicial. Además, han sido legitimados desde dos sectores. Por un lado, son el blanco de los festejos de los jugadores, es a ellos a quienes ofrendan los goles. Por otro, son vitoreados y festejados por la mayoría del resto de los concurrentes a los estadios, cuyas cartas de presentación suelen ser los insultos y escupitajos.
El principal enemigo de los concurrentes al fútbol, su blanco predilecto, es la Policía. El maltrato de uno y otro lado parece no tener retorno, pero la mayor culpa le caberá siempre a los uniformados, por ser profesionales de la tarea que deben realizar. El maltrato y el abuso del poder y la fuerza nunca encuentran justificativo.

Si la violencia en el fútbol no nace por generación espontánea, sino que es engendrada por una sociedad semejante, al menos parecería que condensa sus peores conductas. Ir a ver un partido debería ser un momento de divertimento, de ocio, de disfrute, donde la alegría de un triunfo o la desazón de una derrota no deberían vivirse con la desmesura que se aprecia.

La solución, seguramente, está en manos de las personas con cargos y potestad para tomar determinaciones. De todos modos, en la medida en que cada uno de los involucrados en el fútbol revise y corrija sus conductas se podrá comenzar, lentamente, a transitar un camino alejado de la muerte y la violencia y cercano al disfrute de un espectáculo deportivo.
(Foto: Telam.com.ar)

Patricio Insua
patinsua@gmail.com

martes, 15 de marzo de 2011

Un plácido hogar por una inhóspita mansión

Habitaban una casa confortable, en donde eran, ambos, amo y señor. Incluso moradores de viviendas que habían sabido ser las más elegantes admiraban su construcción. Pero, de repente, decidieron mudarse del acogedor y elogiado sitio a una inhóspita mansión, con mucho por reparar. Optaron dejar la comodidad que tenían por algo que solamente tal vez fuera mejor.

Julio César Falcioni y Walter Erviti eran protagonistas del fútbol argentino en Banfield. El entrenador, que en sus dos ciclos en el club había encontrado sin dudas su lugar en el mundo, y el zurdo mediocampista, olvidado durante muchos años en el medio local, tenían, además, contratos de elite en el contexto del fútbol argentino. Pero, aunque reconocidos y bien remunerados, migraron hacia el cartel que siempre significa un gigante como Boca, y hoy sufren el desarraigo.

Los suculentos vínculos que habían firmado tenían larga vigencia, pero decidieron interrupirlos. Esos papeles legales se han transformado en cartón pintado, en meras excusas de acuerdo a la ocasión y la conveniencia. Dirigentes, técnicos y futbolistas suelen reclamar proyectos, en los que, en realidad, ninguno cree.

Tras la derrota ante San Lorenzo, Falcioni sentenció: “No puede ser que no liguemos nada. Con Vélez fue una pelota parada y ahora un tiro de lejos". Así, aplicó la misma diatriba que sufría cuando era técnico de Banfield y despreciaban sus métodos y formas. Solía protestar contra las excusas que ahora formula. Habla de suerte y abarata el hecho de ganar un partido con una jugada con balón detenido. En un mar de confusión, Falcioni, ahora, declara como Ángel Cappa.

En la anteúltima fecha del Apertura, aún ataviado con la casaca albiverde, Erviti le había anotado un gran gol a San Lorenzo, en el Nuevo Gasómetro. Esa noche, como en anteriores enfrentamientos entre ambos equipos, el marplatense había sido ovacionado al unísono. Pero con contradicciones en sus declaraciones y entre lo dicho y sus actitudes logró que los hinchas del Ciclón y el Taladro lo miren de reojo. Incluso, los simpatizantes del conjunto azulgrana fueron más allá, insultándolo y silbándolo cada vez que tocó la pelota en la caída de Boca 1 a 0 frente al conjunto dirigido por Ramón Díaz, el pasado fin de semana. Despreciado por quienes lo idolatraban, ahora le queda, nada menos, la ardua tarea de ganarse a la hinchada de Boca.

Falcioni y Erviti apostaron a un futuro con más brillo. Obnubilados, abandonaron un lugar seguro por uno desconocido. Entendieron que el desafío valía el riesgo. El comienzo les ha sido muy dificultoso, pero acaso aún puedan revertirlo. Hicieron una apuesta de riesgo, poniendo en juego nada menos que el prestigio que bien se habían ganado. En no mucho tiempo conocerán el resultado.
(Fotos: Telam.com.ar)

Patricio Insua
patinsua@gmail.com

martes, 1 de marzo de 2011

Falcioni y Riquelme, una historia previsible

Este presente era absolutamente nítido desde diciembre. En el momento en que se supo que Julio César Falcioni sería técnico de Boca -algo que ocurrió antes del vínculo legal- comenzó la cuenta regresiva del cortocircuito con Juan Román Riquelme. Seguramente se produjo antes de lo esperado, pero no cabe la sorpresa. Todo era previsible: que el DT prescindiera del astro, que la gente se pusiese del lado del ídolo y que en el primer partido sin el Nº 10 y sin victoria, la Bombonera tronase. Un guión fácil de anticipar.

Si un entrenador llega al máximo desafío de su carrera por jugar de una determinada manera, lo esperable es la ratificación. Siempre hay matices, pero dentro de la concepción del juego que se tiene. Así, Falcioni deberá buscar variantes, porque en tres fechas Boca no jugó bien, pero lo hará a partir de su universo de ideas y no de otras.

Es probable que, por sus concepciones futbolísticas, desde el primer encuentro se hayan observado con mutua desconfianza. El primero en expresarlo, en marcar territorio, fue JR. Antes del inicio del campeonato, cuando el técnico había valorado lo hecho en los partidos de verano, le quitó importancia a esos amistosos y postuló que se podía jugar mejor. Con el torneo en marcha destacó la producción ante Godoy Cruz y criticó lo hecho frente a Racing. Es decir, elípticamente aseguró que Boca juga bien con él y mal en su ausencia. Por el lado del entrenador, un futbolista de las características de Riquelme no encaja más que como alternativa para determinadas circunstancias en su esquema táctico preferido, el 4-4-2 con un mediocampo con dos jugadores abiertos por las bandas y un doble pivote central, y, además, entiende como condición indispensable la movilidad permanente.

En la previa del encuentro ante All Boys, Falcioni tomó una determinación inherente a su función. Ni más ni menos que eso. Ocurre que por el contexto, Boca, y el protagonista, Riquelme, las repercusiones fueron múltiples. Interesado como el que más en ganar, entendió que el mejor equipo para conseguirlo no lo contemplaba. La decisión de no incluirlo entre los once fue una muestra de autoridad y, fundamentalmente, una apuesta firme y plena por sus convicciones. Tan sólo un partido, la derrota 4-1 ante los mendocinos, le sirvió para regresar a las fuentes. Esa será la única manera de no reclamarse nada.

De todas maneras, no haberlo colocado entre los suplentes ante el conjunto de Floresta, así como mantener entre los relevos a Walter Erviti, su jugador, apuntó a la diplomacia. Salvo que el entrenador notase falta de compromiso y mala predisposición al trabajo por parte del jugador, algo que no dijo públicamente, debió incluirlo entre los 18.

Falcioni y Riquelme se han comportado de manera oscilante. El entrenador lo halagó en su arribo al club y lo calificó de emblema tras el primer partido, pero luego lo borró. El futbolista, por su parte, no estuvo disponible para los amistosos estivales, sí para el debut ante Godoy Cruz, luego se bajó por molestias del choque ante Racing, pero tres días después, de cara al partido ante All Boys, aseguró estar plena físicamente y en la previa del cotejo ante Vélez otra vez dejó el entrenamiento rumbo a las camillas de kinesiología.

Haber quitado a Riquelme -quien lleva dos temporadas jugando poco-, si es que el DT resiste en el cargo a partir de la dictadura de los resultados, puede ser el primer eslabón de una determinación similar con otros históricos, ya que ni Sebastián Battaglia ni Martín Palermo han demostrado méritos para mantenerse en el equipo titular. Sea por lo que fuese, Falcioni no fue Falcioni en la primera fecha al conformar un equipo en el que no creía; ahora parece dispuesto a mantenerse fiel a sus ideas, pese al costo que pueda implicar.
(Foto: telam.com.ar)

Patricio Insua
patinsua@gmail.com

martes, 22 de febrero de 2011

No fue un grito en el desierto

Hace 30 años las cosas comenzaban a cambiar para siempre en la historia de los medios de comunicación en Argentina. El hombre que venía a reinventar una profesión llegaba desde Cardona, Uruguay. Víctor Hugo Morales, el más fantástico narrador deportivo del mundo, se instaló con un relato radial único por su velocidad, anticipación de lo que sucedería, explicación del juego y un virtuosismo idiomático sin igual. Cada frase que se escuchaba parecía pensada meticulosamente la noche anterior; pero no, se trataban de la genialidad en estado puro. Ha correspondido siempre a su nombre de poeta.

Como no podía ser de otra manera, el primer grito de gol, aquella tarde de febrero de 1981 en la Bombonera, fue de Maradona, cuando Diego abrió la cuenta del triunfo 4 a 1 ante Talleres con el penal que soltó como una lágrima. Eran tiempos de Radio El Mundo. Más tarde fue Mitre, para hacer un programa bisagra en la radiofonía nacional, Sport 80. Desde los micrófonos de Radio Argentina volaría el barrilete cósmico, en su relato más visceral y recordado, y tras el Mundial de México su vida profesional continuaría en Radio Continental, con su clásica Competencia y desde hace algunos años La Mañana, un programa de lujo en la actualidad del dial.

Pero Víctor Hugo no ha sido solamente el mejor relator, ni el hombre integral de los medios audiovisuales que condujo programas pioneros y con gran espíritu federal, como El Espejo, primero, y Desayuno, después. Desde principios de los 90, emprendió una solitaria y larga lucha que recién hoy muestra sus frutos. En aquel entonces, peleó solo, “con un cuchillo de palo contra un ejército”, como a él mismo le gustaba decir.

Enfrentado contra una tremenda maquinaria mediática que se apoderó del fútbol durante más de 20 años y vació de contenido al periodismo deportivo, haciéndolo chabacano y servil, nunca retrocedió ni un milímetro en sus convicciones, sin reparos ni medir lo que podía perder; ni mucho menos lo que podía ganar las varias veces que insistieron por sumarlo a sus huestes. No sólo alzó su voz contra el negocio que se hacía con el fútbol, sino que su predica contra el establishment mediático se centró también en cuestiones a nivel nacional.

En legado está ya para siempre. El talento inconmensurable, la coherencia ideológica, el compromiso con lo dicho, la generosidad inigualable, la integridad absoluta, la defensa de los relegados, el amor por la profesión, el desenmascaramiento de los que la pisotean con fines espurios y el don de gente que queda expuesto en capacidad de disfrutar de distinto modo pero con la misma intensidad un concierto en Viena y un partido en la cancha de All Boys.

Hace 30 años se encendió ese faro que a muchos nos significa la máxima referencia para no perderse en la densa niebla que hace rato se colocó sobre el periodismo como un manto demasiado pesado. Nunca un grito en el desierto ha encontrado tanto eco.
(Foto: Saltanoticias.com)

Patricio Insua
patinsua@gmail.com

martes, 15 de febrero de 2011

Falcioni, de espaldas a su historia

“No hay jugadores como Riquelme, por eso ensayo con dos esquemas”, había postulado Julio César Falcioni en la Posada de los Pájaros, en Tandil, donde Boca trabajó durante la pretemporada. En su primer partido oficial, el entrenador incluyó al ídolo y la disposición con él en cancha, nunca utilizada en los encuentros preparatorios, fue claramente deficitaria.

Llegó a Boca por plantar a sus equipos de una determinada manera, propuesta que insinuó con buen funcionamiento y carácter colectivo en los torneos estivales; con un sistema táctico 4-4-2, presión sobre el rival y variantes con pelota detenida. Había presentado un muy interesante boceto, que trazaba con claridad las líneas fundamentales. Pero en el debut ante Godoy Cruz dejó todo eso de lado para armar un mediocampo sin su sello, lejos de sus preferencias y con la evidencia de haber priorizado los nombres por sobre el funcionamiento. Se traicionó y lo pagó muy caro, con una estruendosa derrota 4 a 1 en el inicio del Clausura, en la Bombonera. Arrió las banderas que lo habían hecho desembarcar en Brandasen 805.

Ante los mendocinos, el mediocampo xeneize estuvo conformado por cuatro futbolistas habituados a moverse por el eje central del campo; Sebastián Battaglia, Leandro Somoza, Walter Erviti y Juan Román Riquelme. Las bandas quedaron descubiertas y así nacieron cada uno de los goles de los dirigidos por Jorge Da Silva, con jugadores que llegaban por los costados sin que nadie los persiguiese.

El mandato de colocar a Riquelme en cancha le condicionó la formación. Además, el Nº 10 estuvo lejos de su mejor versión, con poca movilidad y recostado en el pase corto y lateral, constante pocas veces alterada, en una ocasión por un portentoso disparo desde fuera del área que rebotó en uno de los postes del arco magníficamente defendido por Sebastián Torrico.

Por ningún refuerzo insistió más que por Erviti, pero cuando dispuso del marplatense lo colocó en un sector de la cancha distinto al que le asignó durante más de un año en Banfield y en el cual el volante surgido en San Lorenzo se transformó en uno de los mejores del medio local. Falcioni no fue Falcioni, entonces Erviti no fue Erviti.

El técnico se encuentra en una encrucijada. Por un lado, con un Riquelme opaco, el desafío es recuperarlo y buscar la manera de insertarlo en el esquema que prefiere, que es el que más y mejor utilizó a lo largo de su carrera como entrenador. Por otro, una apuesta mucho más riesgosa sería mantenerlo como alternativa, con todo lo que eso implica.

Falcioni llegó a Boca, el mayor desafío y el punto más alto de su carrera, por méritos propios, por una consecuencia en su trabajo y por haber concretado sus ideas sin dejar de intentar mejorarlas continuamente. Estar en un lugar de privilegio y hacer otra cosa no es más que traicionarse a sí mismo.
(Foto: Telam.com.ar)

Patricio Insua
patinsua@gmail.com