
La incapacidad y corrupción de los dirigentes, tanto de la Asociación del Fútbol Argentino como de los clubes, de la Policía, del poder político y de los Tribunales ocupan un lugar protagónico. Es una verdad de Perogrullo que la violencia engendra más violencia. Y es porque se actúa violentamente desde los sectores que deberían hacer que ir a una cancha de fútbol sea un disfrute y no una hipoteca de la propia integridad y hasta la vida que tenemos esta realidad de la cual sólo se da cuenta cuando estalla ante los ojos.
La AFA es la roca madre de todo, su violencia más visible se ejerce desde el Tribunal de Disciplina, que desde hace años noqueó cualquier idea lindante con el concepto de Justicia: jamás se mete con los poderosos y sólo castiga esporádicamente a los que ya se encuentran de por sí condenados. Desarrolló afición por condenar perejiles. Si la organización del fútbol argentino fuera medianamente seria y transparente debería esta misma semana haber una durísima sanción para Chicago. No ocurrirá, porque en la AFA todo pasa. Todo menos él. Así, con el millonario ferretero mandamás del fútbol fuera del país, en uno de sus habituales viajes de primera clase, hoteles de lujos, exquisitas comidas y refinados vinos, ninguna medida se toma. Dicta a sus lacayos los pasos a seguir telefónicamente, porque absolutamente nada se hace o se deja de hacer sin su venia. De todos modos, si sancionaran a Chicago, los de Mataderos pondrían el grito en el cielo y con argumentos, ya que se trasformarían en un nuevo chivo expiatorio, porque antes la vista se hizo infinitamente gorda, hasta el dolor, y no hay que ser adivino para intuir que lo mismo seguirá ocurriendo.
Por su parte, los dirigentes de los clubes han decidido desde hace tiempo convivir con los barras, a los cuales les abren las puertas y les dan voz y voto en la vida institucional de los clubes. La mayoría de los directivos han entregado sus instituciones a los delincuentes de las tribunas, a la mafia de AFA y al saqueo de los medios de comunicación más poderosos. En tanto, se han preocupado por brindarles a los socios las peores condiciones posibles dentro de un estadio, o en la odisea de ingresar al mismo; paradigmático es el caso de Boca.
La Policía hace su aporte con malos operativos, zonas liberadas, vía libre para los barras, palazos para quien en una marea humana se desvía medio metro del sendero por ellos marcado y balas de goma y granadas de gases lacrimógenos disparadas indiscriminadamente.
El poder político y los Tribunales de Justicia por actuar en conjunto, y no de modo independiente como deberían hacerlo, comparten culpas. No intervienen la AFA, tarea que debería haberse concretado hace rato. Emplean a los barras para sus tareas sucias (cuando no en blanco y con buenos sueldos) y en el peor de los casos los detienen esporádicamente en celdas con puertas giratorias. Permitieron además que los líderes de las facciones más peligrosas que van a fútbol se transformen en celebridades y nada hacen con los que aparecen en primer plano en combate unos contra otros o frente a la Policía.
No queda exenta de culpa la pata mediática del monopolio de la pelota. Desde sus opulentos medios cubren las espaldas de varios de los responsables o dicen hacer su aporte tratando de apagar un incendio con baldazos de nafta. Defienden o señalan con dedo acusador de acuerdo a la contingencia, pero con cuidado de preservar el status quo que tan buenos dividendos les rinde.
En una sociedad violenta, el fútbol condensa esta conducta, ya que la mayoría de los que llenan las populares buscan a través de sus colores las satisfacciones que se les niegan en el día a día, o devuelven en un cancha la violencia que reciben cotidianamente. Entonces, con una sociedad que por golpeada se transformó en golpeadora y con quienes tienen mayor responsabilidad por el lugar que ocupan infectados con los peores y más dañinos vicios el resultado es el que está a la vista. Y suerte tenemos que tan triste conjunción no genere aún más tragedias.