
Estudiantes lleva varias temporadas de un marcado crecimiento futbolístico a partir de un orden dirigencial que permitió el armado de planteles con los recursos necesarios para tener un protagonismo principal. Compras puntuales y un gran trabajo mantenido en el tiempo en sus muy buenas divisiones inferiores convirtieron al León en un equipo con una definida identidad a lo largo de los últimos años, algo que también logró Lanús.
A mediados de 2006, la llegada de Juan Sebastián Verón, hijo dilecto de la casa y jugador de clase mundial, le dio al equipo el salto de calidad que necesitaba, lo cual quedó patentado con la conquista del Apertura de ese año. Hizo una gran diferencia económica en su carrera, disputó Mundiales, jugó en los clubes más poderosos y ya está para siempre en la idolatría máxima del pueblo pincha. Pese a esto exhibe una entrega innegociable, porque en lugar de recostarse en su carácter de estrella absoluta predica con el ejemplo, de modo tal que ninguno de sus compañeros pueda relajarse ni guardarse nada.
Indudablemente, el conjunto platense tiene una historia íntima con la Copa Libertadores, una mítica épica que influye, porque los jugadores que hoy visten su camiseta la conocen, la tienen en su cabeza, y eso genera un plus mental, una motivación extra, que en el fútbol nunca puede desestimarse.
Ahí está Estudiantes, protagonista como desde hace rato y otra vez, después de más de un cuarto de siglo, en las instancias decisivas de la Copa Libertadores. Enfrente tendrá casi un espejo, un contendiente de condiciones muy similares: gran presente, tres veces campeón continental y otra vez semifinalista después de más de 20 años. Será la reedición de una vieja rivalidad de antaño, con buenos antecedentes para el Pincha, que lo enfrentó y lo venció en las semifinales de dos de las tres copas que ganó, las de 1969 y 1971. Su aspiración de volver a la cima de América tiene argumentos sólidos.
(Foto: Rionegro.com.ar)
Patricio Insua
patinsua@gmail.com
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