
Pese a los cuestionamientos que se realizan desde distintos sectores, la prédica de la FIFA no es infundada, ya que científicamente está probado que el llamado mal de altura produce trastornos físicos. La dificultad que implica jugar en los lugares más elevados sobre el nivel del mar sin el período de adaptación necesario (el cual sería imposible de cumplir con los actuales calendarios de competencias) es incuestionable y por eso los países que disponen de ciudades en el llano y en el alto prefieren ser locales en las últimas, a sabiendas de la dificultad extra que implica para sus rivales.
Ocurre que la decisión de la FIFA se vuelve injusta por parcial, por no ser equitativa. La altura no es el único elemento que condiciona el normal desarrollo de un partido. Si el ente rector del fútbol mundial determina que no se puede jugar por sobre los 2800 metros de altura, también debe establecer la veda de partidos a partir de temperaturas mínimas y máximas. Así, por ejemplo, se hace necesario elaborar un parámetro a partir del cual no se disputen encuentros si los termómetros están por debajo de los cero grados centígrados o por encima de los 35. Incluso no bastaría sólo con esto, sino que también habría que legislar en cuanto a la nieve y la humedad que hace al calor más intenso. La severa polución ambiental y la condesanción de enfermedades endémicas en determinados territorios también es un punto a evaluar.
Claro que establecer todas estas restricciones implicaría no la protesta ecuatoriana o boliviana, que difícilmente le preocupe a la FIFA, como sí los enojos de distintas potencias europeas que por las temperaturas extremas y las nevadas de muchas de sus ciudades deberían eventualmente suspender partidos. También se vería afectado el millonario fútbol mexicano si se estableciera que no se puede jugar en el mítico estadio Azteca del contaminadísimo DF y sería imposible disputar partidos en África (cuyas asociaciones fueron decisivas para que Joseph Blatter llegue al máximo puesto ejecutivo del fútbol mundial), por sus problemas sanitarios y su calor agobiante.
La FIFA asegura que no se puede jugar a más de 2750 metros sobre el nivel del mar pero avala que no ya futbolistas profesionales sino chicos menores de 17 años disputen un campeonato mundial en Nigeria, para lo cual deberán aplicarse un cóctel de una docena de vacunas y disputarán partidos con un temperatura de alrededor de 40 grados y una humedad del 80 por ciento aproximadamente.
La doble moral de presentarse como un templo de las buenas costumbres del deporte y ser en realidad una empresa que factura miles de millones de euros desde infinidad de hechos de corrupción es la carta de presentación de la FIFA. Marca, además, claras diferencias entre sus afiliados poderosos y los otros; por eso, si veta la altura no es por las dificultades físicas que se conocen hace décadas, sino por las constantes quejas de Brasil y Argentina por tener que ir a jugar a La Paz.
(Foto: Flickr.com)
Patricio Insua
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