jueves, 17 de julio de 2008

Reglas que se doblan

La situación laboral de los jugadores abrió un debate sobre uno de los principales negocios del deporte más popular del mundo. En Argentina el tema se instaló por la salida de juveniles seducidos por equipos europeos y la situación de los futbolistas que se consideraron libres al caducar la ligazón contractual con sus clubes. En este sentido, es ilógico que el fútbol tenga su propio código civil, desconociendo la patria potestad y el derecho del trabajador a elegir, dentro del abanico de sus posibilidades, dónde desempeñarse. La línea baja desde la FIFA, que castiga con la expulsión de su seno a quienes recurran a los tribunales civiles, ya que todo se debe solucionar en el interior de la Familia del Fútbol, como le gusta decir a su presidente, Joseph Blatter.

La AFA y Agremiados determinaron un nuevo convenio colectivo por el cual los mayores de 23 años quedarán con el pase en su poder al finalizar su vínculo, mientras que los menores firmarán su primer contrato por tres años y se les mantendrá la renovación automática (por dos años más) con el incremento del 20 por ciento respecto del acuerdo original. Se estipuló también, al modo europeo, la cláusula de rescisión. La medida regirá en un año, por lo cual habrá que esperar para saber si será una solución real o un parche que mejore la situación actual sin terminar con la problemática.

El suizo mandamás del fútbol mundial habló de esclavitud para referirse al pleito desatado entre Manchester United y Real Madrid por los servicios del talentoso portugués Cristiano Ronaldo, quien expresó su deseo de dejar a los Red Devils para ser Merengue. La negativa del conjunto inglés a desprenderse de su mejor valor despertó en Blatter la idea de las cadenas y grilletes del capitalismo postmoderno. No es feliz, en un mundo con millones de excluidos, tildar de esclavo a alguien que embolsa más de 20 millones de dólares anuales. Menos pretencioso y de corte económico y filosófico hubiese sido que hable de plusvalía, en relación al dinero que Ronaldo genera y no percibe; aunque es imposible imaginar a don Joseph citando a Karl Marx. Sólo a modo de ejemplo: se estima que Michael Jordan, el mejor de basquetbolista de la historia, le significó a la NBA un movimiento de dinero superior a los 10.000 millones de dólares, por lo que pese a las extraordinarias sumas que percibió, el ex astro de Chicago Bulls le salió baratísimo al negocio global.

En muchos casos los jugadores obran desprovistos de cualquier culpa para protagonizar conductas condenables. En este sentido, nuevamente en Argentina salieron a la luz los graves fraudes que llevaron a muchos de ellos a avalar la falsificación de documentos para gozar de los beneficios que implica obtener la ciudadanía de algún país miembro de la Unión Europea.

Hay veces en que los futbolistas bien podrían asemejarse a los gladiadores del Coliseo, elementos descartables de un show que los tenía como principales protagonistas. Otras, aparecen como engranajes de un sistema perverso donde nadie es inocente y todos son culpables. Lo cierto es que hablar de “futbolistas” se vuelve osado por tratarse de un universo demasiado heterogéneo, con millonarias estrellas como Lionel Messi y olvidados anónimos como el lateral derecho de Deportivo Muñiz, con decentes y corruptos al margen de fortunas o carencias.

Evidentemente el problema es en extremo complejo. El fútbol ha aceptado que los jugadores se compran y venden, aunque se trate de chicos de 10 años. Es algo tan instalado como moralmente cuestionable. La FIFA, entre otras muchas cosas, debe proteger los derechos de los futbolistas, revisar el rol de la casta de agentes e intermediarios, clarificar sus cuentas, enterrar los negociados con empresas afines y legislar de modo tal que hombres como Silvio Berlusconi (Milan) o Roman Abramovich (Chelsea) no puedan arrasar todo desde la prepotencia de sus siderales cuentas bancarias. Por su parte, la AFA tendrá que proteger a los clubes chicos de la codicia de los grandes y a éstos lo propio respecto de los tanques europeos, hacer que se pague por el fútbol argentino lo que vale, controlar los procederes de los clubes, terminar con amiguismos, dejar de avalar ilegalidades y combatir las mafias en lugar de fomentarlas. ¿Puede pedírseles esto a los muchachos de la casa matriz del fútbol mundial en Zurich o al pope con trono en Viamonte? La respuesta cae de madura.
(Foto: AS.com)

Patricio Insua
patinsua@gmail.com

1 comentario:

Santiago Carreras dijo...

Buen artículo. Aclaración pertinente, cada vez que se habla de los futbolistas y sus reclamos y se los compara con trabajadores en huelga es un engaño dialéctico. Lo más parecido que debe tener la ley argentina es la figura de "empresa ideológica". Jugar al fútbol, en nuestro país, es más que un trabajo común y silvestre. Incluye características (responsabilidades y beneficios también) que exceden la simple situación laboral. Así que no es justa la comparación con cualquier otro trabajador. Saludos