
La protesta de la gente de River tiene lógica. La lógica de un sistema macabro, donde una de sus reglas implícitas es que haga lo que haga, a River (o a Boca) no se les puede mostrar tres tarjetas en los primeros minutos de un partido.
Así las cosas, nadie pide justicia. O lo que es peor, aparece una versión absolutamente distorsionada de lo que ésta implica. Entonces, para River y Boca, mal acostumbrados por un negocio que los requiere cada lunes en la tapa de los diarios, el concepto de justicia remite a ser beneficiado con cada pitazo de los árbitros y para los clubes de menor convocatoria se limita a ser perjudicados lo menos posible. Caso paradigmático es el de Arsenal, ya que con el club fundado por Julio Grondona la justicia sí respeta su esencia: no se lo beneficia, ni se lo perjudica. Pero que el trato con los de Sarandi sea justo implica, paradójicamente, una injusticia, a partir de no medir a todos con la misma vara. Claro que esto no implica que la injusticia debería englobar también a los de Sarandí, sino que, por el contrario, el trato que recibe de parte de los árbitros tendría que extenderse a todos los demás equipos.
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