lunes, 14 de septiembre de 2009

El deterioro propio de un proceso de involución

Ningún gran equipo se constituye como tal dentro de la cancha. El germen estará siempre en la idea del entrenador y el trabajo y los recursos que emplee para lograr que en el campo de juego se plasme esa concepción. Planificación, corrección, voz de mando, poder de convencimiento, sagacidad en la elección de los futbolistas, comunión colectiva con un proceso y aprovechamiento integral del poco tiempo que se tiene a los jugadores son los principales lineamientos que debe seguir un técnico nacional.

El declive de la Selección comenzó hace exactamente 5 años, el 14 de septiembre de 2004, cuando Marcelo Bielsa renunció a la dirección técnica. José Pekerman, de muy endeble liderazgo grupal, ocupó su lugar en un ciclo que significó un retroceso respecto del anterior. Llegó al Mundial de 2006 gracias a haber tomado el equipo virtualmente clasificado y para viajar a Alemania elaboró una lista que no contaba con marcadores laterales pese a que su esquema táctico era con línea de cuatro hombres en el fondo y tenía sobrepoblación de delanteros en detrimento de los mediocampistas. El segundo ciclo de Alfio Basile, tras aquel muy valorable de la primera mitad de la década del 90, implicó continuar el descenso: otra vez quien llegaba era menos que su antecesor. Desprecio por el trabajo táctico, improvisación, falta de planificación y refugio en las cábalas fueron las pautas de un proceso que solamente dejó problemas.

Es justo señalar que el listón era demasiado alto, y los entrenadores que siguieron a Bielsa estaban absolutamente en otra escala. Es muy difícil superar a un hombre de tal sabiduría, con una contracción al trabajo ejemplar y una excepcional capacidad para transmitir conceptos a los jugadores de modo tal que éstos asuman un genuino compromiso y una identificación absoluta con el proyecto.

En los análisis miopes que buscan con lineal sencillismo derribar cuestiones conceptuales desde un argumento que se pretende demoledor se le espetará a Bielsa el fracaso y la desilusión que significó la Copa del Mundo disputada en Corea y Japón. Tan cierto es que el Mundial es el momento cumbre, como que se trata de una competencia corta de siete partidos en que la suerte y las relaciones públicas pueden posibilitar al menos cuatro rivales menores. Argentina no llegó a tierras asiáticas como principal candidato al título de modo antojadizo, sino por lo que demostró en los años previos, cuando fue considerado universalmente como el mejor equipo del mundo, en un reconocimiento que no tiene trofeo.

La corrosión del seleccionado mayor tuvo su correlato en los equipos juveniles. Las salidas de Pekerman y Hugo Tocalli, líder y lugarteniente, respectivamente, del proceso más exitoso en la historia de fútbol argentino de menores significaron también un evidente retroceso. La enorme valía de aquel ciclo estuvo dada no sólo por las copas alzadas, sino por un fantástico trabajo de formación de jugadores que más tarde constituyeron un aporte esencial y masivo a la mayor.

Diego Maradona recibió un Seleccionado en problemas, con una flojísima cosecha de puntos en los partidos más accesibles de las Eliminatorias. Las derrotas en la altura de La Paz y Quito, y las recientes caídas ante Brasil y Paraguay, en Asunción, no fueron impensadas. Eran partidos perdibles. Pero el cómo sí fue preocupante, tanto en el histórico resultado ante Bolivia, como en la chatura ante los pentacampeones mundiales (a excepción de los primeros 20 minutos) y la alarmante apatía frente el conjunto paraguayo.

Una cuestión que no puede soslayarse es que Argentina no tiene la gran cantidad de buenos jugadores que se ha instalado ostenta. Estas carencias se ven sobre todo en los costados y la punta de ataque: no hay jugadores por los laterales, en defensa y en el medio campo, que marquen diferencias, ni un golpeador de estirpe para ser el compañero de Lionel Messi, el más desequilibrante talento.

La falta de carácter y rebeldía de muchos jugadores no es responsabilidad de Maradona. Sí lo son la ausencia de sostén táctico, la insistencia con fórmulas de ataque que no han dado resultados, la innecesaria rotación de arqueros y el inadmisible hecho de que el equipo se haya entrenado apenas tres horas en los tres días que separaron los choques ante el Scratch y el elenco guaraní.

Al parecer, Diego prepara un volantazo con una depuración del plantel que se impone. Por haberlo jugado mejor que nadie, su conocimiento del fútbol no puede ser puesto en discusión. Trabajar integralmente con mayor dedicación en una idea de juego determinada y lograr un manifiesto compromiso de los jugadores que elija garantizarán solucionar lo urgente, la clasificación al Mundial. Lo importante, que es que la Selección recupere la estirpe que perdió hace cinco años será una empresa harto compleja.
(Foto: Futbolred.com)

Patricio Insua
patinsua@gmail.com

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