lunes, 17 de agosto de 2009

Clásico chico, vergüenza gigante

Ver a chicos de 14 años dándose todo tipo de golpes en una batalla campal que marcó el final de lo que debería haber sido un partido de fútbol de juvenil en una preciosa tarde sábado no puede menos que avergonzar al mundo del fútbol en su conjunto. Los equipos de novena división de River y Boca protagonizaron una gresca generalizada que no fue condenada públicamente por ninguna de las dos instituciones más convocantes del fútbol argentino.

La circunstancia vivida en el predio millonario en Ezeiza expone con crudeza la locura que se vive cada fin de semana en los encuentros de las divisiones inferiores. Los chicos están inmersos en un mundo con reglas de grandes; con las peores reglas de los grandes. Los vicios de la sociedad en general y del fútbol en particular gobiernan lo que debería ser un divertimiento, un saludable ejercicio y un sueño infantil de triunfar en el fútbol. Entonces pueden verse situaciones inverosímiles, como el colérico reclamo de Roberto Pompei, ex futbolista y entrenador de la novena de Boca, al árbitro que cobra un penal en tiempo adicionado y así propicia la chispa que enciende la mecha de la batahola que terminaría con varios chicos lastimados. Pompei es, como suele ocurrir tantas veces, victima y victimario: está bajo la presión de saber que puede perder su trabajo si un equipo de chicos de 14 años no gana y, al mismo tiempo, alimenta ese modelo con una conducta de la cual debería avergonzarse sin ningún pero.

El escenario implica padres que anhelan la salvación económica en sus hijos y para eso no escatiman insultos a rivales, árbitros y el entrenador que no ponga a su pibe, representantes que buscan asegurarse buenos dividendos futuros al regalar un par de botines nuevos, detectores de talentos precoces para clubes europeos que prometen la gloria de llegar tempranamente al viejo continente y dirigentes que trafican con juveniles llenándose los bolsillos con comisiones de un negocio tan ilegal como inmoral.

Los chicos se convierten en victimas de los adultos, que fuerzan en ellos conductas que no tendrían que tener cabida en un ámbito donde el aspecto recreativo y competitivo del deporte debería ser el único.
(Foto: Ole.com)

Patricio Insua
patinsua@gmail.com

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