
Cada uno de los equipos jugaba con sus mejores figuras, con sus alineaciones titulares, esos partidos que, por la competencia anual, no eran una molestia en plena pretemporada. Además, esos certámenes de preparación contaban con un ingrediente muy especial: se constituían en la presentación oficial de los refuerzos de cada equipo, de los jugadores que llegaban con el objetivo de ser piezas fundamentales en la búsqueda del título.
Todo aquello que fue, ya no es. Con un esbozo de federalismo se sumó a Mar del Plata las sedes de Mendoza y Salta, pero los torneos de verano perdieron relevancia. Se convirtieron en una carga para los equipos y son muy pocos los choques que constituyen un buen entretenimiento y, a la vez, un útil banco de pruebas para los entrenadores. Los calendarios ajustados, las mayores exigencias en las pretemporadas –por los cambios en las metodologías de trabajos físicos respecto de lo que se hacía 15 o 20 años atrás- y la llegada de las incorporaciones (mínimas este año por la crisis financiera mundial que también afecta al fútbol) ya en pleno trabajo hacen que los partidos se vuelvan una necesidad para generar ingresos que no sólo no aporta en la preparación, sino que implica una complicación. Así, muchas veces terminan dándose prácticas con indumentaria oficial y a puertas abiertas, protagonizadas por juveniles, no tanto con ánimo de foguearlos como sí en respuesta a la obligación de presentar un equipo.
Todo esto hace que el marco tampoco acompañe. Por estos días, cada uno de estos partidos -que la señal de cable que los trasmite se ocupa de ensalzar como si fuera un torneo apenas un escalón por debajo en la Copa Libertadores en importancia- se disputan con tribunas despobladas.
Pero lo peor es que, pese a todo, estos certámenes muchas veces constituyen un espejismo, una visión distorsionada de la realidad. La ansiedad propia de los hinchas y el fogoneo mediático hacen que se sobreestime a un determinado equipo al exagerar sus posibilidades para la futura temporada a partir de un puñado de buenos resultados estivales, o, por el contrario, otro es colocado al borde del precipicio por no haber tenido rendimientos satisfactorios.
El fútbol de verano supo ser un agradable espectáculo y una buena plataforma de ensayo para los técnicos, pero se transformó en una obligación que poco aporta. La necesidad de los amates del fútbol de tener un aperitivo hasta el inicio de la competencia y de la empresa que tiene los derechos de televización del fútbol de seguir facturando son la razón de ser de estos encuentros amistosos.
(Foto: Lanacion.com.ar)
1 comentario:
Hace tiempo que estoy convencido de que muchas de las cosas que nos pasan nos las merecemos. Los torneos de verano son una de ellas.
Todo lo que decís es estrictamente cierto. Son un negocio lamentable, pero los aficionados al fútbol no hacen valer su condición de consumidores. Aunque saben que les sirven bosta, comen bosta; no castigan a los que los estafan, siguen alimentando su negocio. "queremos ver fútbol" es el argumento. ¿Ven fútbol? Las cosas que leo después de cada uno de esos partidos dicen otra cosa. Mirá cómo será que, aun en el panorama que muy bien pintás, los siguen organizando. Debe seguir siendo redituable; y la culpa de eso no es del chancho, sino del que le da de comer.
Un abrazo.
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