
Luis Nazario de Lima, a quien el Planeta Fútbol conoce como Ronaldo, apareció en Brasil con una irrupción estremecedora, al marcar 58 goles en 60 partidos en el Cruzeiro. Entonces, con sólo 17 años mudó su furia goleadora al fútbol europeo, donde tuvo una presentación electrizante al disputar 56 cotejos en el PSV Eindhoven y gritar 55 tantos. Tremendos números le valieron la atención del Barcelona, que lo hizo suyo para luego festejar sus 39 conquistas en 44 encuentros. En la ciudad Condal lo adoraron. Una temporada le alcanzó al Fenómeno para ser idolatrado por la entidad blaugrana, que lo eligió como el autor del segundo mejor gol en la centenaria historia del club. La respuesta de Ronie al cariño catalán fue ponerse, tiempo después, la camiseta merengue del Real Madrid.
Cierto es que no fue un pase sin escalas, como el de Figo, sino que en medio trascurrieron cinco temporadas en el Inter, acérrimo rival del Milan, su nuevo equipo. Estuvo un lustro el equipo donde supo brillar Ramón Díaz. Allí sufrió una terrible lesión que lo tuvo alejando de las canchas cerca de un año. Por el comportamiento del conjunto milanes en aquellos tiempos, el máximo goleador en la historia de los Mundiales aseguró que Massimo Moratti, dueño del conjunto milanés, era como su segundo padre. Algunos años más tarde, en un parricidio, Ronaldo volverá a jugar en el Giuseppe Meazza, pero esta vez para el Milan. El furtivo goleador recibió a baldazos el cariño y sostén –en todos los aspectos- de dirigentes y seguidores del Inter cuando sufrió una serie de cruentas lesiones en su rodilla derecha. Sabiendo que les dibujaría a éstos una mueca de decepción en el rostro al fichar para sus eternos rivales, de todas maneras lo hizo.
Ronaldo podrá, con legítimo orgullo, golpearse el pecho y decir que vistió las camisetas de cuatro de los equipos más grandes y con más historia. En este fútbol industrial, la mayoría de los jugadores aseguran que se deben a la institución que confió en sus cualidades, dejando implícito que los sentimentalismos no tienen lugar. Aunque con dinero de sobra, el astro brasileño eligió el camino más antipático, el de jugar para un equipo con mucha historia, hablar loas del club y sus seguidores, y más repetir lo actuado pero en la vereda de enfrente, en la casa del rival de siempre. Con justo derecho hizo su elección, pero seguramente no hubiese estado de más pensar en el dolor que le causaría a los hinchas y dirigentes que en el pasado no habían escatimado en elogios para su bellísimo juego. Pero así es Ronaldo, paradigma del fútbol publicitario de nuestros días.
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