
Falcioni y Burruchaga, a la vista de los hechos, cometieron un error al dejar el lugar donde estaban, porque sus equipos peleaban cosas importantes, figuraban en los primeros planos y eran elogiados por sus buenos resultados y rendimientos. Nada de eso ocurrió en Independiente. Pese a la experiencia de estos dos muy buenos entrenadores, seguramente la historia se repetirá.
Hubo un excepción: la de Américo Gallego. El Tolo, gran entrenador, tuvo a su disposición muy buenos jugadores, que dieron un campeonato pero duraron un suspiro. El campeonato que precedió al de la vuelta olímpica Independiente fue último y en el posterior al del festejo fue decimoséptimo entre veinte equipos. No es tan difícil de imaginar que aquel equipo campeón se gestó a partir de maniobras impracticables en un fútbol de orden y reglas claras.
Con épicos triunfos se ganó su apodo de Rey de Copas, pero hace rato que no figura en los certámenes continentales. Arsenal, Gimnasia, Banfield, Lanús, Estudiantes y Central fueron algunos equipos que junto con Boca, River, San Lorenzo y Vélez, jugaron en los últimos años los certámenes organizados por la Confederación Sudamérica de Fútbol. La clasificación a estos campeonatos para los cinco o seis primeros equipos de la temporada jamás lo tuvo a Independiente en la discusión (quien más cerca estuvo fue Falcioni, cerca de llegar a la Sudamericana). Es decir, que Independiente perdió no ya terreno ante River y Boca, sino ante equipos de mucha menor valía en la historia del fútbol argentino.
Evidentemente el magnetismo de la grandeza histórica del Independiente y las promesas de jugosos contratos hacen que los técnicos hagan una apuesta imposible desde el banco de suplentes: devolverle al Rojo la gloria que supo tener e instalarlo en las primeras posiciones. Los hinchas, por su parte, deberán apuntar sus críticas a los dirigentes que manejaron el club durante los últimos 15 años, quienes entregaron a Independiente a sabiendas de un negocio que los excluía.
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