martes, 5 de agosto de 2014

El final de una era que marcó a fuego el fútbol argentino

Con la muerte de Julio Humberto Grondona llegó a su fin un ejercicio de poder absoluto como pocas veces se conoció en cuestiones públicas. El fútbol hace mucho tiempo que dejó de ser solamente fútbol; en Argentina es un hecho cultural con grandes implicancias sociales. La pelota y los muchos satélites de fuertes interesen que orbitan entorno a ella se movían en un complejo equilibrio dominado por Don Julio, con un talento maquiavélico para el muñequeo político que no se hereda ni se enseña.

Durante 35 años mandó con mano de hierro en la Asociación del Fútbol Argentino (AFA) haciendo y deshaciendo a su entera voluntad, con la cintura y la habilidad necesarias para no confrontar con otras cúpulas, aliándose así a cada gobierno, fuese radical, peronista, aliancista, transversal o militar.

Extendió su influencia a una de las multinacionales más grandes del planeta: la Federación Internacional de Fútbol Asociado (FIFA). Era vicepresidente desde 1988 y el máximo responsable de sus finanzas, en un negocio que mueve la friolera de más de 1.000 millones de dólares por año. Tan relevante era su figura que fue el principal artífice de la llegada de Joseph Blatter a la presidencia. En un agradecimiento extendido en el tiempo, el suizo tomaba cada decisión solo con su aval; así, no dudó en cruzar el océano Atlántico para despedir los restos del adalid.

En la FIFA era la voz y la representatividad del fútbol sudamericano. Con el imperio europeo en la sede de Zúrich, no son pocos los que creen que la Confederación Sudamericana de Fútbol (CSF) quedará muy relegada en el contexto mundial. Los directivos de la CSF dejaban todo en sus manos para defender los intereses de esta parte del mundo futbolero.

El hombre que fundó a Arsenal de Sarandí y presidió durante dos años a Independiente hizo de la AFA su feudo con marco legal. El estatuto de AFA le permitió nombrar a los miembros del Tribunal de Disciplina, el Colegio de Árbitros, el Tribunal de Apelaciones y el Consejo Federal. La división de tareas y criterios era una pantomima. Cualquier documento solo tenía validez con su rúbrica. El Comité Ejecutivo lo reelegía una y otra vez a partir sus 49 miembros, una síntesis poco democrática de los más de 4.200 clubes que aúna la casa matriz del fútbol argentino.

Armó un andamiaje para tener a todos comiendo de su mano. En la medida que los ingresos de la AFA se multiplicaban, crecían las deudas de los clubes. Las cuentas deficitarias eran una herramienta de dominación. Cuando una nueva dirigencia asumía en un club y se presentaba en el edificio de la calle Viamonte, era recibida con una lista de los cheques emitidos y adeudados. Hubo clubes quebrados y decenas concursados. Los grupos inversores encontraron margen para rapiñar en instituciones famélicas.  Además, amparó, protegió y acomodó en cargos internacionales a ex presidentes que hicieron las peores tropelías en sus clubes.

Los dirigentes más que sufrir el despotismo parecían admirarlo. Si Grondona fue una referencia para los hombres más poderosos del país, para los directivos del fútbol fue un dios mundano; tenían por él la misma devoción que los futbolistas profesan hacia Maradona. Sin embargo, como a rey muerto rey puesto, comienzan a escucharse voces de quienes eran mudos en el Comité Ejecutivo. Ahora sacan pecho, reclaman y señalan.

Durante más de dos décadas le entregó a una empresa privada la llave del mayor negocio: los derechos de televisión. Siderales ganancias erigieron un emporio desde la nada y el fútbol solo veía migas de lo que generaba al ser la materia prima y la manufactura. Los partidos y los goles fueron encerrados en cables y sistemas codificados. Un partido que se iniciaba el viernes antes de que cayese el sol recién podía verse poco antes de la medianoche del domingo. Nunca faltaron indicios para creer que Grondona y esa empresa eran un mismo elemento.

La violencia en el fútbol dejó en del Debe de su gestión alrededor de 200 muertos y un sinfín de hechos delictuales cada fin de semana. Las barrabravas, asociaciones ilícitas, multiplicaron sus tentáculos. Lejos de ser un problema que debía ser resuelto solamente por el fútbol (la Justicia, las fuerzas de seguridad y la política también actuaron de modo pernicioso), de todas maneras procuró poner un velo que cubriese la cuestión, y por eso ni siquiera permitía en la sede de AFA el ingreso de los familiares de la víctimas para presentar un petitorio.

Su gran logro y su mejor carta de presentación fue la Selección. Defendió los procesos y puso al equipo nacional al tope de las prioridades en la cabeza de los futbolistas, los entrenadores y los dirigentes. Para su preparación creó primero y modernizó después un predio de primer nivel mundial, el de Ezeiza. Extendió la lógica a los seleccionados juveniles, lográndose en su gestión seis títulos del mundo Sub-20. Sin embargo, la Selección dejó de ser su gran medalla a partir de 2006, cuando los partidos preparatorios del conjunto nacional fueron entregados a una empresa privada para su comercialización, los ciclos de los entrenadores dejaron de durar cuatro años y los combinados de menores fueron puestos en manos de entrenadores que no eran especiastas. Así y todo, estuvo muy cerca de irse con un nuevo título del mundo.

Grondona manejó todo hasta el último día. Desde la elección del técnico de la Selección y el multimillonario negocio de la televisión hasta un corriente inconveniente en la Primera D eran resueltos a sus órdenes. “Esto lo arregla Julio” era la frase que se escucha muchas veces cada día en la AFA. Murió en su cargo y con plenos poderes, como más de una vez se había animado a anticipar. La sucesión está en marcha y es de esperar que sea virulenta. Es mucho lo que hay en juego. El fútbol argentino se encuentra entre la oportunidad de despegarse de viejos vicios y el peligro de profundizarlos.
(Fotos: Telam.com.ar)

Patricio Insua
patinsua@gmail.com

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