
En medio el dolor de la familia de este chico de 21 años, el del muerto de ayer o el de mañana. Lo mismo le da a los dirigentes, las autoridades y los medios. Es un muerto más, el número tanto. Para ellos no son personas, son daños colaterales del negocio redondo. La pelota sigue girando, ese poder económico voraz no la detendrá y la elite gobernante no se desprenderá de su más efectivo sedante social.
La sinrazón en la que se desarrolla nuestro fútbol implica un lógica nefasta en la que estos sucesos trágicos, por todos los costados evitables, no cambian la ecuación. Un muerto del fútbol. Otro. Una familia estropeada. Otra. Todo pasa; sin dudas, todo pasa.
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