Cuando se cruzan con distintos colores, pareciera que los futbolistas solamente pueden verse como rivales. Como acérrimos rivales. Lejos de reconocer en el otro a un colega, vislumbran a un adversario. Se pegan, se alcahuetean, se engañan, se insultan, se hacen trampa en cuanto se les presenta la oportunidad. Los golpes dados cada vez con más saña son el aspecto saliente de un contexto desquiciado.
La fractura expuesta de tibia y peroné que sufrió Ezequiel Ham por el planchazo de Carlos Tévez en el partido entre Argentinos y Boca expuso todavía más un problema que ya era visible. La intensidad con la que se juega no puede justificar la violencia entre los jugadores; escudarse en que se pone fuerte para evitar ser dañado tampoco es defensa.
El discurso de los jugadores y de quienes lo fueron en otros tiempos postula como denominador común que no existe la mala intención y que “nadie va a romper a otro”. Eso no se condice con lo que se observa cada fin de semana. Quien pega un codazo o una patada furiosa no mide el grado de daño que puede causar, pero indudablemente busca lastimar.
En relación a lo sucedido en el estadio Diego Armando Maradona, la cadena de desatinos desnuda un problema estructural: Tévez golpeó de manera artera, Luis Álvarez no lo expulsó (ni siquiera cobró falta), Argentinos Juniors no hizo ninguna presentación en AFA y el Tribunal de Disciplina miró para otro lado para no actuar de oficio, como lo postula el artículo número cinco del reglamento de Transgresiones y Penas. Así, Ham quedó de lado.
Futbolistas ganados por la violencia en la disputa, árbitros que no están a la altura y la ausencia o benevolencia de sanciones configuran un escenario preocupante del cual el fútbol argentino debe salir rápidamente.
(Foto: Diariouno.com.ar)
Patricio Insua
patinsua@gmail.com
La fractura expuesta de tibia y peroné que sufrió Ezequiel Ham por el planchazo de Carlos Tévez en el partido entre Argentinos y Boca expuso todavía más un problema que ya era visible. La intensidad con la que se juega no puede justificar la violencia entre los jugadores; escudarse en que se pone fuerte para evitar ser dañado tampoco es defensa.
El discurso de los jugadores y de quienes lo fueron en otros tiempos postula como denominador común que no existe la mala intención y que “nadie va a romper a otro”. Eso no se condice con lo que se observa cada fin de semana. Quien pega un codazo o una patada furiosa no mide el grado de daño que puede causar, pero indudablemente busca lastimar.
En relación a lo sucedido en el estadio Diego Armando Maradona, la cadena de desatinos desnuda un problema estructural: Tévez golpeó de manera artera, Luis Álvarez no lo expulsó (ni siquiera cobró falta), Argentinos Juniors no hizo ninguna presentación en AFA y el Tribunal de Disciplina miró para otro lado para no actuar de oficio, como lo postula el artículo número cinco del reglamento de Transgresiones y Penas. Así, Ham quedó de lado.
Futbolistas ganados por la violencia en la disputa, árbitros que no están a la altura y la ausencia o benevolencia de sanciones configuran un escenario preocupante del cual el fútbol argentino debe salir rápidamente.
(Foto: Diariouno.com.ar)
Patricio Insua
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