martes, 22 de septiembre de 2015

Lejos de un colectivo de colegas

Cuando se cruzan con distintos colores, pareciera que los futbolistas solamente pueden verse como rivales. Como acérrimos rivales. Lejos de reconocer en el otro a un colega, vislumbran a un adversario. Se pegan, se alcahuetean, se engañan, se insultan, se hacen trampa en cuanto se les presenta la oportunidad. Los golpes dados cada vez con más saña son el aspecto saliente de un contexto desquiciado.

La fractura expuesta de tibia y peroné que sufrió Ezequiel Ham por el planchazo de Carlos Tévez en el partido entre Argentinos y Boca expuso todavía más un problema que ya era visible. La intensidad con la que se juega no puede justificar la violencia entre los jugadores; escudarse en que se pone fuerte para evitar ser dañado tampoco es defensa.

El discurso de los jugadores y de quienes lo fueron en otros tiempos postula como denominador común que no existe la mala intención y que “nadie va a romper a otro”. Eso no se condice con lo que se observa cada fin de semana. Quien pega un codazo o una patada furiosa no mide el grado de daño que puede causar, pero indudablemente busca lastimar.

En relación a lo sucedido en el estadio Diego Armando Maradona, la cadena de desatinos desnuda un problema estructural: Tévez golpeó de manera artera, Luis Álvarez no lo expulsó (ni siquiera cobró falta), Argentinos Juniors no hizo ninguna presentación en AFA y el Tribunal de Disciplina miró para otro lado para no actuar de oficio, como lo postula el artículo número cinco del reglamento de Transgresiones y Penas. Así, Ham quedó de lado.

Futbolistas ganados por la violencia en la disputa, árbitros que no están a la altura y la ausencia o benevolencia de sanciones configuran un escenario preocupante del cual el fútbol argentino debe salir rápidamente.
(Foto: Diariouno.com.ar)

Patricio Insua
patinsua@gmail.com

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