martes, 22 de febrero de 2011

No fue un grito en el desierto

Hace 30 años las cosas comenzaban a cambiar para siempre en la historia de los medios de comunicación en Argentina. El hombre que venía a reinventar una profesión llegaba desde Cardona, Uruguay. Víctor Hugo Morales, el más fantástico narrador deportivo del mundo, se instaló con un relato radial único por su velocidad, anticipación de lo que sucedería, explicación del juego y un virtuosismo idiomático sin igual. Cada frase que se escuchaba parecía pensada meticulosamente la noche anterior; pero no, se trataban de la genialidad en estado puro. Ha correspondido siempre a su nombre de poeta.

Como no podía ser de otra manera, el primer grito de gol, aquella tarde de febrero de 1981 en la Bombonera, fue de Maradona, cuando Diego abrió la cuenta del triunfo 4 a 1 ante Talleres con el penal que soltó como una lágrima. Eran tiempos de Radio El Mundo. Más tarde fue Mitre, para hacer un programa bisagra en la radiofonía nacional, Sport 80. Desde los micrófonos de Radio Argentina volaría el barrilete cósmico, en su relato más visceral y recordado, y tras el Mundial de México su vida profesional continuaría en Radio Continental, con su clásica Competencia y desde hace algunos años La Mañana, un programa de lujo en la actualidad del dial.

Pero Víctor Hugo no ha sido solamente el mejor relator, ni el hombre integral de los medios audiovisuales que condujo programas pioneros y con gran espíritu federal, como El Espejo, primero, y Desayuno, después. Desde principios de los 90, emprendió una solitaria y larga lucha que recién hoy muestra sus frutos. En aquel entonces, peleó solo, “con un cuchillo de palo contra un ejército”, como a él mismo le gustaba decir.

Enfrentado contra una tremenda maquinaria mediática que se apoderó del fútbol durante más de 20 años y vació de contenido al periodismo deportivo, haciéndolo chabacano y servil, nunca retrocedió ni un milímetro en sus convicciones, sin reparos ni medir lo que podía perder; ni mucho menos lo que podía ganar las varias veces que insistieron por sumarlo a sus huestes. No sólo alzó su voz contra el negocio que se hacía con el fútbol, sino que su predica contra el establishment mediático se centró también en cuestiones a nivel nacional.

En legado está ya para siempre. El talento inconmensurable, la coherencia ideológica, el compromiso con lo dicho, la generosidad inigualable, la integridad absoluta, la defensa de los relegados, el amor por la profesión, el desenmascaramiento de los que la pisotean con fines espurios y el don de gente que queda expuesto en capacidad de disfrutar de distinto modo pero con la misma intensidad un concierto en Viena y un partido en la cancha de All Boys.

Hace 30 años se encendió ese faro que a muchos nos significa la máxima referencia para no perderse en la densa niebla que hace rato se colocó sobre el periodismo como un manto demasiado pesado. Nunca un grito en el desierto ha encontrado tanto eco.
(Foto: Saltanoticias.com)

Patricio Insua
patinsua@gmail.com

martes, 15 de febrero de 2011

Falcioni, de espaldas a su historia

“No hay jugadores como Riquelme, por eso ensayo con dos esquemas”, había postulado Julio César Falcioni en la Posada de los Pájaros, en Tandil, donde Boca trabajó durante la pretemporada. En su primer partido oficial, el entrenador incluyó al ídolo y la disposición con él en cancha, nunca utilizada en los encuentros preparatorios, fue claramente deficitaria.

Llegó a Boca por plantar a sus equipos de una determinada manera, propuesta que insinuó con buen funcionamiento y carácter colectivo en los torneos estivales; con un sistema táctico 4-4-2, presión sobre el rival y variantes con pelota detenida. Había presentado un muy interesante boceto, que trazaba con claridad las líneas fundamentales. Pero en el debut ante Godoy Cruz dejó todo eso de lado para armar un mediocampo sin su sello, lejos de sus preferencias y con la evidencia de haber priorizado los nombres por sobre el funcionamiento. Se traicionó y lo pagó muy caro, con una estruendosa derrota 4 a 1 en el inicio del Clausura, en la Bombonera. Arrió las banderas que lo habían hecho desembarcar en Brandasen 805.

Ante los mendocinos, el mediocampo xeneize estuvo conformado por cuatro futbolistas habituados a moverse por el eje central del campo; Sebastián Battaglia, Leandro Somoza, Walter Erviti y Juan Román Riquelme. Las bandas quedaron descubiertas y así nacieron cada uno de los goles de los dirigidos por Jorge Da Silva, con jugadores que llegaban por los costados sin que nadie los persiguiese.

El mandato de colocar a Riquelme en cancha le condicionó la formación. Además, el Nº 10 estuvo lejos de su mejor versión, con poca movilidad y recostado en el pase corto y lateral, constante pocas veces alterada, en una ocasión por un portentoso disparo desde fuera del área que rebotó en uno de los postes del arco magníficamente defendido por Sebastián Torrico.

Por ningún refuerzo insistió más que por Erviti, pero cuando dispuso del marplatense lo colocó en un sector de la cancha distinto al que le asignó durante más de un año en Banfield y en el cual el volante surgido en San Lorenzo se transformó en uno de los mejores del medio local. Falcioni no fue Falcioni, entonces Erviti no fue Erviti.

El técnico se encuentra en una encrucijada. Por un lado, con un Riquelme opaco, el desafío es recuperarlo y buscar la manera de insertarlo en el esquema que prefiere, que es el que más y mejor utilizó a lo largo de su carrera como entrenador. Por otro, una apuesta mucho más riesgosa sería mantenerlo como alternativa, con todo lo que eso implica.

Falcioni llegó a Boca, el mayor desafío y el punto más alto de su carrera, por méritos propios, por una consecuencia en su trabajo y por haber concretado sus ideas sin dejar de intentar mejorarlas continuamente. Estar en un lugar de privilegio y hacer otra cosa no es más que traicionarse a sí mismo.
(Foto: Telam.com.ar)

Patricio Insua
patinsua@gmail.com