Tan contracultural dentro de nuestro fútbol fue la decisión, que para anunciarla el protagonista convocó a una conferencia. Finalizada la competencia en 2016, Marcelo Gallardo se sentó frente a periodistas, productores, camarógrafos y fotógrafos para desde ese amplificador mediático anunciar que continuaría como técnico de River durante un año más. No se trataba de dar a conocer un acuerdo de renovación del vínculo con el club, sino simplemente de ratificar el cumplimiento del contrato vigente, que firmado en agosto del año pasado se extiende hasta diciembre de 2017.
La relación entre Gallardo y River lleva 30 meses y reluce por ir a contramano de los hábitos que imperan en el fútbol argentino, en el cual un año es una eternidad. De los 30 equipos de la máxima categoría, apenas cinco comenzarán 2017 con el mismo técnico que tenían 12 meses antes: River (Gallardo), Lanús (Jorge Almirón), Estudiantes (Nelson Vivas), Patronato (Rubén Darío Forestelo) y Talleres (Frank Kudelka). Quilmes podría haber sido el sexto de no haber dado un paso de tragicomedia, cuando a mediados de junio echó a Alfredo Grelak y a comienzos de agosto, tras cambiar de autoridades por un acto eleccionario, lo recontrató. En el interregno, Ariel Broggi dirigió al Cervecero un partido, ante Unión Aconquija por la Copa Argentina.
La conducción de los planteles no suele estar sujeta a nada más que los cambios permanentes, sin más hilo conductor que el de la improbable búsqueda de los efectos inmediatos. Hace tiempo que esa costumbre se instaló también en el seleccionado nacional, donde ya no existen los procesos mundialistas cuatrianuales y parece haberse exacerbado la idea de que a un entrenador siga otro de características completamente distintas. Alguna vez, Guillermo Stábile, goleador del primer Mundial de la historia, fue el técnico de Argentina durante 18 años.
Si caen los técnicos que no consiguen buenos resultados, desplazados sin dilación por las comisiones directivas, también parten los que sí acumulan una buena sumatoria y hasta títulos, porque poco tardan en considerar su ciclo cumplido. Son prontamente jaqueados los DTs sin vinculación pasada con la institución que dirigen, pero también la capa protectora de los que fueron ídolos como jugadores poco tarda en desvanecerse.
Carlos Timoteo Griguol estuvo al frente de Ferro entre 1980 y 1993 en dos etapas separadas por un paréntesis en la temporada 87-88 para dirigir a River; y luego condujo a Gimnasia entre 1994 y 1999. Ese modelo que parece hoy imposible tuvo lugar en Córdoba, cuando Ricardo Zielinski fue el entrenador de Belgrano durante cinco años y medio en los que comandó un crecimiento que fue desde los últimos puestos del Nacional B hasta el ascenso frente a River, el protagonismo en primera División y la participación en torneos internacionales. A mediados de este año el Ruso se fue del Pirata para hacerse cargo de Racing, pero la experiencia en Avellaneda duró menos de 15 partidos.
Dirigentes, futbolistas, hinchas y ni siquiera los propios entrenadores creen, mayoritariamente, en la continuidad de los proyectos. El hábito instalado es mudar rápidamente de entrenador. Esa se transformó en la primera regla del sistema, que con el paso del tiempo dejó de estar cuestionada para ser cada vez más aceptada. Una montaña rusa sin ninguna barrera de seguridad, pero de la cual, de todas maneras, nadie se quiere bajar y todos quieren subir.
(Foto: Ole.com.ar)
Patricio Insua
patinsua@gmail.com
La relación entre Gallardo y River lleva 30 meses y reluce por ir a contramano de los hábitos que imperan en el fútbol argentino, en el cual un año es una eternidad. De los 30 equipos de la máxima categoría, apenas cinco comenzarán 2017 con el mismo técnico que tenían 12 meses antes: River (Gallardo), Lanús (Jorge Almirón), Estudiantes (Nelson Vivas), Patronato (Rubén Darío Forestelo) y Talleres (Frank Kudelka). Quilmes podría haber sido el sexto de no haber dado un paso de tragicomedia, cuando a mediados de junio echó a Alfredo Grelak y a comienzos de agosto, tras cambiar de autoridades por un acto eleccionario, lo recontrató. En el interregno, Ariel Broggi dirigió al Cervecero un partido, ante Unión Aconquija por la Copa Argentina.
La conducción de los planteles no suele estar sujeta a nada más que los cambios permanentes, sin más hilo conductor que el de la improbable búsqueda de los efectos inmediatos. Hace tiempo que esa costumbre se instaló también en el seleccionado nacional, donde ya no existen los procesos mundialistas cuatrianuales y parece haberse exacerbado la idea de que a un entrenador siga otro de características completamente distintas. Alguna vez, Guillermo Stábile, goleador del primer Mundial de la historia, fue el técnico de Argentina durante 18 años.
Si caen los técnicos que no consiguen buenos resultados, desplazados sin dilación por las comisiones directivas, también parten los que sí acumulan una buena sumatoria y hasta títulos, porque poco tardan en considerar su ciclo cumplido. Son prontamente jaqueados los DTs sin vinculación pasada con la institución que dirigen, pero también la capa protectora de los que fueron ídolos como jugadores poco tarda en desvanecerse.
Carlos Timoteo Griguol estuvo al frente de Ferro entre 1980 y 1993 en dos etapas separadas por un paréntesis en la temporada 87-88 para dirigir a River; y luego condujo a Gimnasia entre 1994 y 1999. Ese modelo que parece hoy imposible tuvo lugar en Córdoba, cuando Ricardo Zielinski fue el entrenador de Belgrano durante cinco años y medio en los que comandó un crecimiento que fue desde los últimos puestos del Nacional B hasta el ascenso frente a River, el protagonismo en primera División y la participación en torneos internacionales. A mediados de este año el Ruso se fue del Pirata para hacerse cargo de Racing, pero la experiencia en Avellaneda duró menos de 15 partidos.
Dirigentes, futbolistas, hinchas y ni siquiera los propios entrenadores creen, mayoritariamente, en la continuidad de los proyectos. El hábito instalado es mudar rápidamente de entrenador. Esa se transformó en la primera regla del sistema, que con el paso del tiempo dejó de estar cuestionada para ser cada vez más aceptada. Una montaña rusa sin ninguna barrera de seguridad, pero de la cual, de todas maneras, nadie se quiere bajar y todos quieren subir.
(Foto: Ole.com.ar)
Patricio Insua
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