martes, 26 de mayo de 2015

La muerte, la falta de previsión y las miserias

Las muertes de Emmanuel Ortega y Cristian Gómez mezclaron lo trágico con la falta de previsión y expusieron la peor de las miserias: la búsqueda ventajera ante el dolor más profundo de dos familias. En diez días, el fútbol argentino sufrió un par de hechos luctuosos que obligan a revisar las circunstancias en las que se produjeron ambos decesos y también a posar la mirada sobre cuáles fueron las reacciones ante lo ocurrido.

El jugador de San Martín de Burzaco perdió la vida cuando un choque de juego habitual lo lanzó contra un muro de concreto a corta distancia de una de las rayas que demarcan el campo de juego. El golpe en su cabeza fue fatal, una doble fractura de cráneo con severo compromiso cerebral fue la causa de la muerte después de algunos días de crítica internación. Una pared tan cerca de la cancha –algo que se repite en muchísimos estadios del país- no implica otra cosa que un gran riesgo para los futbolistas. El de Ortega no fue el primer golpe de un futbolista contra esos diques de contención sobre los que se posan los alambrados, pero esta vez sí fue fatal. Como muchas veces las medidas solo llegan ante la tragedia, la AFA ordenó entonces el inicio de una serie de trabajos para que esas paredes no vuelvan a convertirse en una trampa mortal. Necesitaron el precio de una vida para darse cuenta.

Gómez se desplomó en pleno partido, con la camiseta de Patronato de Paraná puesta. Una falla cardíaca apagó la vida del futbolista rafaelino a los 27 años. Muerte súbita, de esas que parecen llegar sin aviso. Las maniobras de reanimación no fueron suficientes y llegó sin vida al centro médico al que lo trasladaron.

Sin embargo, Ariel Bulay, compañero de Gómez, alertó que hubo alarmas que fueron desoídas: "Nosotros nos hicimos los chequeos que requiere AFA, pero a Cristian no le había salido bien el electro. Decían que a él siempre le salía mal y entonces se tenía que hacer una ergometría, que es más complejo. Ahí le saltaba el mismo problema”. A esto se agrega la cuestión aún no aclarada sobre si había un desfibrilador para su utilización en el estadio y si la ambulancia que lo asistió era de alta complejidad como se requiere.

A las dos pérdidas siguieron actos miserables. Tras la muerte de Ortega, la mayoría de los clubes pretendían que en los partidos del fin de semana siguiente se hiciese un minuto de silencio, que todos los jugadores portasen un brazalete negro y que cada equipo entre a la cancha con una bandera conmemorativa. Pero primó la suspensión de la fecha, iniciativa de un reducido grupo de equipos a los que le venía bien un descanso ante otros compromisos. En lo que refiere al deceso de Gómez, el desatino fue mayúsculo. Tras su muerte, antes del inicio del partido ante Boca y Aldosivi la determinación fue un hacer un minuto de silencio antes del inicio, pero un par de horas más tarde se optó en cambio por la suspensión de Tigre-River. También ahí se midieron intereses. Cuando el partido ya se había suspendido por duelo, en el mismo terreno seguían enfrentándose los equipos de Reserva, y el público en las tribunas no era avisado de la determinación ya tomada.

Dos vidas quedaron truncas demasiado pronto, dos familias no lograran encontraran consuelo ni explicaciones por mucho tiempo. Los amigos sentirán la ausencia a cada momento, los compañeros de equipo no dejarán de pensar que podría haberles sucedido a ellos. La muerte muchas veces encuentra ayudas inestimables de los hombres, los mismos que luego, plenos de miserias, sacan ventaja ante el dolor. 
(Foto: Canchallena.com.ar)

Patricio Insua
patinsua@gmail.com