martes, 31 de mayo de 2011

Pura coherencia

El final del Clausura y el cierre de la temporada se para de frente contra los axiomas futboleros que rezan que cualquiera le gana a cualquiera y que este es un deporte sin lógica. Observar quiénes pelean por el título y cuáles son los clubes que sufren por mantener la categoría deja a las claras que la coherencia en los caminos que se recorren marca los designios.

Vélez, Lanús y Godoy Cruz, desde su solidez institucional, construida a partir de la consecuencia a un proyecto por parte de sus dirigentes, son los equipos que mejor juegan y los que dirimirán la corona del Clausura 2011. Bien podría integrar ese grupo Estudiantes de La Plata, el equipo más poderoso en el último lustro, pero quien se encuentra en un paréntesis, lejos de su mejor versión y sin posibilidades de revalidar el campeonato conquistado en la primera mitad de la temporada. Pese a la ausencia del Pincha, el hecho de que no haya ningún colado enaltece aún más lo hecho por los vanguardista, y lo que representará para el vencedor final, por el peso específico de sus competidores.

En el otro extremo, entre los que pugnan por mantener la categoría, si se toman en cuenta los clubes que establecen su coeficiente de Promedio en tres temporadas y se excluye a los ascendidos en 2010, entonces ahí aparecen Huracán, Gimnasia y Esgrima de La Plata y River. A lo largo de 111 partidos han acumulado más pesares que satisfacciones arrastrados por los desatinos y la negligencia de sus dirigentes, cuando no de conductas aún más graves. Es imposible entender el momento más determinante en la historia del Millonario sin nombrar a José María Aguilar.

El fútbol argentino, en la definición de su año competitivo, es pura lógica. La coherencia, como casi nunca, queda expuesta en las tablas que marcan sin dobleces lo hecho por cada quien.
(Fotos: telam.com.ar)

Patricio Insua
patinsua@gmail.com

martes, 24 de mayo de 2011

El descenso no es un fantasma

Hace poco tiempo, Ángel Cappa se había detenido en lo inconveniente de considerar al descenso como un drama. Más recientemente, Roberto Pompei marcó el lugar que debería ocupar el fútbol en la vida que los hinchas, sin anteponerse a aspectos trascendentales, como la familia y el trabajo -o su carencia-. El ex técnico de Gimnasia y el todavía entrenador de Huracán hicieron foco con precisión sobre una cuestión que, en un fútbol de excesos, se vive con desmesura.

La fuerza de los sentimientos no puede medirse, pero la tristeza del descenso parecería instalarse con mayor intensidad que la alegría por la conquista de un campeonato. La frustración pesa más que la felicidad. Los medios también han jugado su parte al exacerbar la tristeza que significa perder la categoría postulándola como una pena mayúscula.

Si el Promedio es una injusticia para los últimos equipos ascendidos, obligándolos a sumar no menos de 45 puntos para mantenerse en Primera, el yugo de la permanencia para el resto de los clubes es tirado por los desatinos dirigenciales a lo largo de seis campeonatos. Los casos del Lobo y el Globo son paradigmáticos.

Es a los futbolistas, en tanto trabajadores, a quienes el devenir de un club les resulta determinante para sus vidas en una medida siempre importante, como lo es la del trabajo. Entonces, ganar o perder sí es relevante para el jugador; y descender puede volverse trascendental. Pero esa lógica, como marcó Pompei, no corre para el hincha y por eso la desventura de los colores del corazón no deberían vivirse con una decepción sobredimensionada. Al fin de cuentas, si se ama a un equipo, ese amor no debería variar en función de la categoría en la que esté, pese a las diferencias. El descenso no es un fantasma.
(Foto: Telam.com.ar)

Patricio Insua
patinsua@gmail.com

martes, 3 de mayo de 2011

El futuro es suyo, por prepotencia de habilidad

En un medio aplanado, la falta de talento se suple con rigor físico. Forjar la mejor puesta a punto desde la preparación atlética es un arma legítima, máxime cuando se cuenta con menos recursos que adversarios más calificados. Ocurre que esa imposición de la fuerza parece haber desembocado, en buena medida, en un círculo vicioso que terminó por volverla el punto indispensable en la conformación de un futbolista. En ese contexto, todavía, afortunadamente, quedan buenos resquicios por donde de se filtran quienes eluden esa lógica y brillan por su ductilidad.

Si existe una rasgo diferenciador en los jugadores argentinos habilidosos, un sello, una marca de agua, seguramente esté impresa en Eric Lamela, de River, y Ricardo Álvarez, de Vélez. Juveniles de gran despliegue y gambeta indescifrable, imponen su juego más desde sus aptitudes técnicas que desde su portento físico. Veloces y explosivos, esa virtud es complemento de lo que los distingue. Llegaron a Primera con el desarrollo corporal que hoy se impone como condición necesaria en las divisiones inferiores, pero la técnica siempre se mantuvo como su cualidad esencial.

Los caminos que recorrieron fueron muy distintos, pero ambos se vieron obligados a dar muestras de carácter. Lamela fue noticia a los 12 años cuando el Barcelona le ofreció a su familia un contrato de más de 100 mil euros anuales para que se instale en La Masía, la fábrica de talentos catalana. Tras un período de tensión, River hizo un desembolso para generar un precoz profesional del fútbol y mantenerlo en sus filas. Así, creció bajo miradas atentas y supo eludir esa presión para mantener su frescura. Distinto fue el derrotero de Ricky Álvarez, quien no encontraba lugar por su esmirriada contextura. Así fue que en las divisiones juveniles de Boca tenía escaso lugar porque “preferían jugadores más corpulentos”, según contó recientemente. Lejos de darse por vencido, se apoyó en su talento, que fue valorado en Liniers.

Lamela luce la mítica 10 de River y sus características lo emparenta con los clásicos organizadores de juego que en los últimos años se han mudado al lado del número cinco o al costado izquierdo. Vertical, inteligente para descargar e ir a buscar, y con buena visón periférica, procura terminar las jugadas; aunque desde su juventud pueda equivocar en ocasiones la opción más conveniente. Dispuesto desde los laterales del mediocampo también ha sabido marcar diferencias.

Álvarez tardó más que Lamela en asentarse. No encontraba su lugar en la cancha y la desazón le había costado incluso algunas tarjetas rojas. Las lesiones también hicieron su parte. Pero el contexto dado por un equipo de fuerte sustento colectivo, con un marcado sostén táctico y jugadores destacados, lo ayudó a encontrar pronto su mejor versión. Y la dio desde el centro de la cancha, como doble pivot central, y también desde las bandas para terminar las jugadas hacia adentro.

Lamela y Álvarez exponen un avance sostenido. Futbolistas de momentos y jugadas en sus primeras apariciones, sus tareas cada vez tienen más sustento. Destacados por la prepotencia de su habilidad, son certeros proyectos de crack.
(fotos: Telam.com.ar)

Patricio Insua
patinsua@gmail.com