martes, 29 de marzo de 2011

Godoy Cruz, Argentinos y Olimpo, tres procesos para destacar

El listón en lo más alto del fútbol argentino lo sostienen Vélez y Estudiantes. Consecuencia con un proyecto, intransigencia en la búsqueda de protagonismo y permanencia en los primeros lugares los colocan al tope. Sus propuestas, con elementos comunes y otros diferenciadores, imponen condiciones; y, con lógicos paréntesis, son los mejores en el medio doméstico y equipos de mucho respeto fronteras afuera.

En esa marquesina que encabezan los de Liniers y La Plata la continuidad del foco conduce a los desempeños de Godoy Cruz y Argentinos Juniors. Con menos material que los anteriormente mencionados y el ingenio y el trabajo necesarios para mantenerse en la pelea de arriba pese a los fuertes movimientos de jugadores que sufieron, logran dar pelea en el Clausura y en la Copa Libertadores.

Antes del inicio de 2011, Omar Asad se alejó de la dirección técnica y, además, Godoy Cruz perdió su ataque completo con las salidas de Jairo Castillo, César Carranza y David Ramírez, en el podio de los mejores de la primera mitad de la temporada. Entonces los mendocinos pusieron manos a la obra; no para reinventarse, sino para mantener la misma fisonomía con otra conducción y distintos intérpretes. Con la política de no anteponer el fútbol a la institución, Mario Contreras, presidente del club, buscó “un entrenador de acuerdo al plantel”, de modo tal de evitar la contratación de un técnico que luego exigiese la llegada de varios nuevos futbolistas. La elección recayó sobre Jorge Da Silva y con el uruguayo el Tomba supo mantener su juego prolijo, de buen toque de pelota, salida rápida por las bandas y determinación de no refugiarse cerca de su arco ante ningún rival.

El único invicto que le queda al Clausura es Argentinos Juniors. El conjunto de La Paternal disputó 11 partidos en el año y apenas perdió uno, ante Nacional de Montevideo, en el Diego Armando Maradona, por la Libertadores. Pedro Troglio logró conformar un equipo que maximiza sus recursos al explotar virtudes y camuflar defectos. Seguramente ningún campeón sufrió la sangría que vivió el Bicho. Tras el título se fueron el entrenador, el arquero, el primer central y capitán, los tres delanteros titulares y el primer suplente. El costo implicó tener que esperar hasta la octava fecha del Apertura para ganar el primer partido. Ese triunfo actuó de válvula de escape cuando la paciencia parecía agotarse. Desde entonces, la remontada, en rendimiento y resultados favorables, se hizo evidente. Troglio no protestó cuando desmembraron al campeón ni tampoco cuando antes del Clausura fue transferido Néstor Ortigoza, el jugador más determinante. Pese a esa importante ausencia mantuvo la identidad de un conjunto que presiona, se mantiene compacto entre líneas y expone un sólido sentido colectivo.

En otra pelea, la de mantener la categoría, debe destacarse lo hecho por Olimpo. Cuando las decisiones se toman con convencimiento y no desde la demagogia, debe ser difícil para una comisión directiva determinar cuándo el proceso de un entrenador está agotado. La evaluación, más que a los resultados, debería centrarse en el trabajo realizado y la percepción del convencimiento de los jugadores en las ideas y métodos del entrenador. En el Apertura, entre la quinta y la décima fecha, el conjunto de Bahía Blanca sufrió una racha de seis derrotas consecutivas. Pero la sorteó. Fue clave el aplomo dirigencial para sostener a Omar De Felippe como entrenador y apostar por un proyecto en marcha (que venía desde el Nacional B) en lugar de arriesgar con el inicio de otro. Llegó el momento en que el equipo apareció en su mejor dimensión y ahora el elenco aurinegro pelea en los primeros lugares y le escapa a la zona de descenso.

Godoy Cruz, Argentinos Juniors y Olimpo apostaron a la coherencia y se plantaron ante las urgencias para confiar en lo estructural por sobre lo coyuntural. Hoy, disfrutan de los buenos resultados que maduraron lejos de la histeria que impera. (Fotos: Telam.com.ar)

Patricio Insua patinsua@gmail.com

martes, 22 de marzo de 2011

La violencia de todos

El de Ramón Aramayo será un nombre más, uno de los tantos que ya dejó en el olvido el fútbol argentino. Integra la larga lista de los que murieron en el intento de ir a ver un partido. Su deceso, aún por aclararse, habría sido producto de apremios ilegales por parte de la Policía Federal en las adyacencias del estadio José Amalfitani. Luego, Vélez y San Lorenzo jugaron apenas siete minutos antes de que el encuentro se suspendiese por la agresión de la parcialidad local a Pablo Migliore y los destrozos en la tribuna visitante.

La violencia en el futbol tiene bien marcada su escala de culpables, pero ya nadie parece quedar exento. A esta altura, no hay inocentes. Todos tienen su parte, dirigentes, Policía, barrabravas, hinchas, Justicia, jugadores y periodistas. Las excepciones remiten a individualidades.

La cara visible son los barras. Ejercen la violencia física en primera persona; cuando reposan, es producto de la extorsión satisfactoria. Actúan a sabiendas del cobijo que tienen en distintos ámbitos: político, dirigencial, policial y judicial. Además, han sido legitimados desde dos sectores. Por un lado, son el blanco de los festejos de los jugadores, es a ellos a quienes ofrendan los goles. Por otro, son vitoreados y festejados por la mayoría del resto de los concurrentes a los estadios, cuyas cartas de presentación suelen ser los insultos y escupitajos.
El principal enemigo de los concurrentes al fútbol, su blanco predilecto, es la Policía. El maltrato de uno y otro lado parece no tener retorno, pero la mayor culpa le caberá siempre a los uniformados, por ser profesionales de la tarea que deben realizar. El maltrato y el abuso del poder y la fuerza nunca encuentran justificativo.

Si la violencia en el fútbol no nace por generación espontánea, sino que es engendrada por una sociedad semejante, al menos parecería que condensa sus peores conductas. Ir a ver un partido debería ser un momento de divertimento, de ocio, de disfrute, donde la alegría de un triunfo o la desazón de una derrota no deberían vivirse con la desmesura que se aprecia.

La solución, seguramente, está en manos de las personas con cargos y potestad para tomar determinaciones. De todos modos, en la medida en que cada uno de los involucrados en el fútbol revise y corrija sus conductas se podrá comenzar, lentamente, a transitar un camino alejado de la muerte y la violencia y cercano al disfrute de un espectáculo deportivo.
(Foto: Telam.com.ar)

Patricio Insua
patinsua@gmail.com

martes, 15 de marzo de 2011

Un plácido hogar por una inhóspita mansión

Habitaban una casa confortable, en donde eran, ambos, amo y señor. Incluso moradores de viviendas que habían sabido ser las más elegantes admiraban su construcción. Pero, de repente, decidieron mudarse del acogedor y elogiado sitio a una inhóspita mansión, con mucho por reparar. Optaron dejar la comodidad que tenían por algo que solamente tal vez fuera mejor.

Julio César Falcioni y Walter Erviti eran protagonistas del fútbol argentino en Banfield. El entrenador, que en sus dos ciclos en el club había encontrado sin dudas su lugar en el mundo, y el zurdo mediocampista, olvidado durante muchos años en el medio local, tenían, además, contratos de elite en el contexto del fútbol argentino. Pero, aunque reconocidos y bien remunerados, migraron hacia el cartel que siempre significa un gigante como Boca, y hoy sufren el desarraigo.

Los suculentos vínculos que habían firmado tenían larga vigencia, pero decidieron interrupirlos. Esos papeles legales se han transformado en cartón pintado, en meras excusas de acuerdo a la ocasión y la conveniencia. Dirigentes, técnicos y futbolistas suelen reclamar proyectos, en los que, en realidad, ninguno cree.

Tras la derrota ante San Lorenzo, Falcioni sentenció: “No puede ser que no liguemos nada. Con Vélez fue una pelota parada y ahora un tiro de lejos". Así, aplicó la misma diatriba que sufría cuando era técnico de Banfield y despreciaban sus métodos y formas. Solía protestar contra las excusas que ahora formula. Habla de suerte y abarata el hecho de ganar un partido con una jugada con balón detenido. En un mar de confusión, Falcioni, ahora, declara como Ángel Cappa.

En la anteúltima fecha del Apertura, aún ataviado con la casaca albiverde, Erviti le había anotado un gran gol a San Lorenzo, en el Nuevo Gasómetro. Esa noche, como en anteriores enfrentamientos entre ambos equipos, el marplatense había sido ovacionado al unísono. Pero con contradicciones en sus declaraciones y entre lo dicho y sus actitudes logró que los hinchas del Ciclón y el Taladro lo miren de reojo. Incluso, los simpatizantes del conjunto azulgrana fueron más allá, insultándolo y silbándolo cada vez que tocó la pelota en la caída de Boca 1 a 0 frente al conjunto dirigido por Ramón Díaz, el pasado fin de semana. Despreciado por quienes lo idolatraban, ahora le queda, nada menos, la ardua tarea de ganarse a la hinchada de Boca.

Falcioni y Erviti apostaron a un futuro con más brillo. Obnubilados, abandonaron un lugar seguro por uno desconocido. Entendieron que el desafío valía el riesgo. El comienzo les ha sido muy dificultoso, pero acaso aún puedan revertirlo. Hicieron una apuesta de riesgo, poniendo en juego nada menos que el prestigio que bien se habían ganado. En no mucho tiempo conocerán el resultado.
(Fotos: Telam.com.ar)

Patricio Insua
patinsua@gmail.com

martes, 1 de marzo de 2011

Falcioni y Riquelme, una historia previsible

Este presente era absolutamente nítido desde diciembre. En el momento en que se supo que Julio César Falcioni sería técnico de Boca -algo que ocurrió antes del vínculo legal- comenzó la cuenta regresiva del cortocircuito con Juan Román Riquelme. Seguramente se produjo antes de lo esperado, pero no cabe la sorpresa. Todo era previsible: que el DT prescindiera del astro, que la gente se pusiese del lado del ídolo y que en el primer partido sin el Nº 10 y sin victoria, la Bombonera tronase. Un guión fácil de anticipar.

Si un entrenador llega al máximo desafío de su carrera por jugar de una determinada manera, lo esperable es la ratificación. Siempre hay matices, pero dentro de la concepción del juego que se tiene. Así, Falcioni deberá buscar variantes, porque en tres fechas Boca no jugó bien, pero lo hará a partir de su universo de ideas y no de otras.

Es probable que, por sus concepciones futbolísticas, desde el primer encuentro se hayan observado con mutua desconfianza. El primero en expresarlo, en marcar territorio, fue JR. Antes del inicio del campeonato, cuando el técnico había valorado lo hecho en los partidos de verano, le quitó importancia a esos amistosos y postuló que se podía jugar mejor. Con el torneo en marcha destacó la producción ante Godoy Cruz y criticó lo hecho frente a Racing. Es decir, elípticamente aseguró que Boca juga bien con él y mal en su ausencia. Por el lado del entrenador, un futbolista de las características de Riquelme no encaja más que como alternativa para determinadas circunstancias en su esquema táctico preferido, el 4-4-2 con un mediocampo con dos jugadores abiertos por las bandas y un doble pivote central, y, además, entiende como condición indispensable la movilidad permanente.

En la previa del encuentro ante All Boys, Falcioni tomó una determinación inherente a su función. Ni más ni menos que eso. Ocurre que por el contexto, Boca, y el protagonista, Riquelme, las repercusiones fueron múltiples. Interesado como el que más en ganar, entendió que el mejor equipo para conseguirlo no lo contemplaba. La decisión de no incluirlo entre los once fue una muestra de autoridad y, fundamentalmente, una apuesta firme y plena por sus convicciones. Tan sólo un partido, la derrota 4-1 ante los mendocinos, le sirvió para regresar a las fuentes. Esa será la única manera de no reclamarse nada.

De todas maneras, no haberlo colocado entre los suplentes ante el conjunto de Floresta, así como mantener entre los relevos a Walter Erviti, su jugador, apuntó a la diplomacia. Salvo que el entrenador notase falta de compromiso y mala predisposición al trabajo por parte del jugador, algo que no dijo públicamente, debió incluirlo entre los 18.

Falcioni y Riquelme se han comportado de manera oscilante. El entrenador lo halagó en su arribo al club y lo calificó de emblema tras el primer partido, pero luego lo borró. El futbolista, por su parte, no estuvo disponible para los amistosos estivales, sí para el debut ante Godoy Cruz, luego se bajó por molestias del choque ante Racing, pero tres días después, de cara al partido ante All Boys, aseguró estar plena físicamente y en la previa del cotejo ante Vélez otra vez dejó el entrenamiento rumbo a las camillas de kinesiología.

Haber quitado a Riquelme -quien lleva dos temporadas jugando poco-, si es que el DT resiste en el cargo a partir de la dictadura de los resultados, puede ser el primer eslabón de una determinación similar con otros históricos, ya que ni Sebastián Battaglia ni Martín Palermo han demostrado méritos para mantenerse en el equipo titular. Sea por lo que fuese, Falcioni no fue Falcioni en la primera fecha al conformar un equipo en el que no creía; ahora parece dispuesto a mantenerse fiel a sus ideas, pese al costo que pueda implicar.
(Foto: telam.com.ar)

Patricio Insua
patinsua@gmail.com